Carta con respuesta

Tabaco y trabajo

Sr. Reig, soy funcionario docente y me he quedado perplejo al leer su mensaje "De funcionarios Defensa para ministra’. ¿Qué le parecería si en vez de impartir las clases (porque para eso me pagan los contribuyentes, como a los militares) estuviese chateando o leyendo un periódico vía internet? Si fuese usted el dueño de un bar, ¿le gustaría que el camarero (al que paga por hacer su trabajo) en vez de estar atendiendo a los clientes, estuviera jugando al mus? Si fuera usted a tomarse un café en el mencionado bar, ¿se quedaría esperando a que el camarero pegase un órdago o preferiría que perdiese y le atendiese de una vez?

Ernesto Osoro Gorrotxategi Badajoz

¿A mí me dice? A mí me parecería estupendo. No soy nada atómico yo. También soy docente (y fui funcionario, aunque interino) y, desde luego, le aseguro que no dedico al programa cada minuto de cada clase. Ni mucho menos. Charlar con los estudiantes, hablar de otras cosas, comentar el periódico y pasar el rato siempre han formado parte de mis objetivos didácticos. Mi convicción es que todo trabajador tiene derecho a perder un poco el tiempo durante su jornada laboral. Que un camarero o un funcionario no pueda ni leer el Marca sólo puede calificarse de esclavitud intolerable. Ayer bajé al bar y el camarero estaba haciendo un sudoku. "Ponme un vino, pero sin prisa, que hoy no es una emergencia", le dije, y esperé tan campante a que terminara. Lo mismo hago si está viendo el partido, discutiendo con su novia o acabando el crucigrama. ¿Tanta prisa tiene usted?

No soy yo nada partidario de la productividad, del celo profesional y de la estricta vigilancia patronal. El régimen cuartelero, con horarios estrictos, supervisión feroz y el españolísimo y amenazador "a que le aplico el reglamento" sólo provocan una incalculable pérdida de tiempo, como sabe todo el que ha hecho la mili. La única garantía de que alguien haga bien su trabajo es que pueda distraerse un poco de vez en cuando. Si yo fuera jefe (Dios no lo permita), despediría sin contemplaciones a todo el que dedicara sesenta minutos de cada hora al trabajo: semejante fanático sólo puede estar planeando un desfalco, urdiendo un sabotaje o premeditando un crimen.

Eleuterio Sánchez me contó que una vez dos guardias le estaban pegando sin parar a un quinqui. Seguían y seguían, hostia va, hostia viene, hasta que el muchacho comentó: "Oiga, ¿es que no van a parar ustedes ni para echar un cigarrito? ¡Que en todos los trabajos se fuma, señores!" Sólo entonces, entre risas, le dieron un respiro. Tenía razón, porque no somos esclavos: en todos los trabajos, se fuma, se holgazanea un poco, se miran webs y se forman corrillos frente a la impresora. Como debe ser, ¿no?

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