Carta con respuesta

Somos la forma

Mi hijo y sus compañeros de clase harán dentro de unos días la primera comunión. En las catequesis los preparan para comulgar con las debidas disposiciones, es decir, para recibir la Sagrada Hostia dignamente: ese Dios vivo hecho alimento espiritual milagrosamente donde antes de la consagración sólo había pan. La ‘Hostia’ ha pasado al lenguaje vulgar y arrabalero, y a la blasfemia, pero también a las conversaciones coloquiales como inocente muletilla. Propongo a la jerarquía católica que cambie el nombre de ‘hostia’ por el de ‘forma’, para que así aquellos que con maldad o sin ella abusan del término tengan que hacer al menos un esfuerzo para seguir atropellando el vocablo santo en sus bocas ayunas de la entrega del amor de Dios en la Eucaristía.

CLARA JIMÉNEZ MURCIA

La blasfemia es una seña de identidad muy española y patriótica. En 1527 tuvo lugar el magnífico saqueo de Roma por tropas españolas, italianas y alemanas. Según don Marcelino Menéndez Pelayo, a quien siglos después todavía se le "enciende la sangre al recordarlo", aquella "empresa de bandidos" se convirtió en "un festín de caníbales, espantosa orgía de sangre, lujuria y sacrilegio". Debió de ser formidable: convirtieron las iglesias en establos, tomaban los palacios a cañonazos y jugaban a los dados en los altares. Según cuentan: "pusieron a un asno unos ornamentos sagrados y obligaron a un sacerdote a dar la comunión al animal, al que previamente habían hecho arrodillarse". El Papa Clemente VII huyó por un pasadizo, por supuesto, pero al final se rindió y le hicieron prisionero. En el Vaticano todavía se conmemora cada 6 de mayo. Muchos lamentaron habérselo perdido, pero un testigo contó que los soldados, aunque a nada hacían ascos, tenían preferencias muy marcadas según su nacionalidad. Los españoles se dedicaban sobre todo a la blasfemia y la profanación; los italianos, a la lujuria unilateral (digamos); los alemanes, a la rapiña metódica.

Qué le vamos a hacer, ya habrá oído decir que los españoles siempre vamos detrás de los curas, sea con un cirio o sea con un palo. Entre nosotros, la blasfemia sólo es una forma de religiosidad popular tradicional, igual que "el murciélago es el Espíritu Santo del demonio", como sospechaba Ramón Gómez de la Serna.

Por eso mismo no creo que su propuesta sirva de nada. Mucho me temo que, si hay que hacer un esfuerzo para blasfemar, lo haremos. Por nosotros no quedará. Ya verá como en seguida empieza a oír amenazas como: a que te doy un par de formas; expresiones del tipo: íbamos en coche a toda forma; ponderaciones del estilo: si es que ese tío es la forma; y por supuesto blasfemias como: me cago en la forma consagrada. Puede ser divertido.

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