Carta con respuesta

Europa es una verdura

La reciente aprobación de la directiva de la UE que permite extender la semana de trabajo hasta 60 horas (en algunos casos a 65) es un paso atrás. Según sus promotores, esta directiva permite que cada trabajador pueda negociar individualmente con el empresario la duración de su jornada de laboral. De lo cual se deduce una clara intención de minar la negociación colectiva, que es la que realmente puede hacer fuerte al trabajador a la hora de exigir sus derechos. Es muy desalentador comprobar la pérdida continua de poder adquisitivo y el empeoramiento paulatino de las condiciones de contratación y de trabajo. Todo ello justificado por amables eufemismos inventados por la moderna economía global y que no son otros que flexibilidad, productividad, competitividad y deslocalización.

PEDRO SERRANO MARTÍNEZ VALLADOLID

Tiene usted toda la razón. Renunciar a una conquista como la jornada de ocho horas es inaceptable y escandaloso. Sin embargo, peor todavía es renunciar a la negociación colectiva, que es el único escudo de los trabajadores frente a la violencia patronal. Por otra parte, ¿qué esperaba usted de la Unión Europea, que no es más que una federación patronal y una pandilla de mercachifles?

A mi modo de ver, vivimos rodeados de axiomas obtusos que no se nos permite discutir: la unidad de Europa es buena, por ejemplo. Salta a la vista que siempre ha sido un desastre, desde Carlos I al Sacro Imperio, pasando por Napoleón y Hitler. Buena, ¿para quién? ¿Para las empresas o para los trabajadores? ¿Para los políticos o para los ciudadanos? Otra falacia inconclusa: el funcionalismo de Monet que inspiró la CEE, la ‘solidaridad de hecho’ como palanca de integración; es decir, que la unión de intereses económicos provoca unión política, espíritu europeo y otras pamplinas. Más falso que un duro de madera: la UE sigue sin ser otra cosa que un gran mercado, con libre circulación de factores productivos, pero sin ciudadanos, puesto que no somos más que clientes o trabajadores. Ni ellos mismos se lo creen. La prueba es que empezaron vendiéndonos la UE como un postre delicioso, pero hoy en día ya se ha convertido como mucho en espinacas. Odiamos la verdura, pero los mayores aseguran que nos conviene para crecer. Es un trágala.

¿Y para qué queremos crecer? Tampoco se puede discutir es que el desarrollo económico produce más democracia, como tras la lluvia brotan setas. Sí, claro, no hay más que ver el caso de Singapur, por ejemplo. O nuestro caso: el mayor crecimiento económico sólo ha aumentado los beneficios empresariales, mientras el déficit democrático de la UE se agrava cada día, a medida que cedemos competencias a órganos que no han sido votados por los ciudadanos. Fabuloso.

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