Carta con respuesta

Don Juan Belmonte

Haciendo ‘zapping’ me asaltó la repugnante imagen de un torero mal encarado, con el rostro ensangrentado, zarandeado grotescamente por los pitones del toro al que intentaba una y otra vez clavar un sable de metro y medio. Aquel espectáculo atroz lo pagan a precio de oro y lo ven los niños. Cuando Thomas de Quincey escribió "el asesinato considerado como una de las bellas artes" seguramente no estaba pensando en esto porque, si no, no lo hubiera escrito. A veces no sé qué me da más este país, miedo o asco.

MARIO LÓPEZ SELLÉS MADRID

Un sable de metro y medio... ¿Seguro? ¿Un sable? ¿Y de metro y medio? Oiga, no sé qué rayos estaba viendo usted, pero yo también me opongo a esas charlotadas, porque imagino que sería toreo bufo, el bombero-torero o algo así. No se torea con sable, como sabe todo el mundo, y un sable de metro y medio (si es que los hay) parece más bien una especie de lanza. Y dice usted que el torero, no sólo era "mal encarado" y tenía "el rostro ensangrentado" (¿sólo el rostro? Qué raro, sería un corte al afeitarse), sino que, además, mientras intentaba estoquearle (con su típico sable de metro y medio), el toro le zarandeaba con los pitones. ¿Y qué dice usted que había tomado antes de ver esa sesión de toreo con sable? ¿Opio, quizás, como tomaba De Quincey? Y esos niños, ¿de dónde los habían sacado? ¿Los pone usted o estaban en un plató de la tele? En las plazas de toros, como se sabe, está prohibida

la entrada a menores.

A mí me gustan mucho los toros, pero me opongo, como usted, a estas bobadas. Torear con sables o con cimitarras; embadurnarse la cara con salsa de tomate, y soltar unos cabestros amaestrados que zarandean. Grotesco, en efecto. El toreo es serio. Que televisen buenas corridas, pero no esas pantomimas.

Lo único que no entiendo es por qué le molesta que el torero fuera mal encarado. Don Juan Belmonte, esa leyenda, no era precisamente guapo, qué le vamos a hacer. Ni tampoco muy alto, por cierto: era más bien pequeño. Una vez vino un yanqui a entrevistarle y, al verle, puso cara de asombro y decepción, como diciendo: ¿este alfeñique es el más grande matador de toros de la historia? Belmonte se negó a recibirle: "Dile a ese cantamañanas que los toros no se matan a puñetazos. Cuando se entere de que el toreo es un arte espiritual, que vuelva", sentenció. Lo cuenta Manuel Chaves Nogales en su Juan Belmonte, matador de toros: un libro que nadie debería dejar de leer (le gusten o no los toros), un clásico literario y una perdurable lección de hombría de bien. En ese libro ejemplar del periodista republicano aprendí mucho de lo que sé, no de toros, sino de cómo vivir. Porque al final, como decía el maestro Belmonte: "Se torea como se es".

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