Carta con respuesta

Mirar sin ver

En la Expo de Zaragoza venden unos pasaportes a más de tres euros para que los sellen en los distintos pabellones que se pueden visitar. Van con los pasaportes en la mano, entran en los pabellones, les colocan el sello y se marchan muchas veces sin mirar lo que tienen alrededor. Ni les interesa conocer un poco de cada lugar. Pasaportes a la nada. En una hora pasan de largo por distintos continentes. He observado algunos casos y suelen ser los portadores de esos pasaportes los que menos o nada se enteran del lugar al que pertenece el sello en cuestión. Se toman un tiempo para no viajar o acaso es un viaje en el vacío, un recorrido más rápido que el de los viajes organizados de visitar Europa en una semana. Ni se detienen un minuto para mirar alrededor unas fotos o unos objetos del país representado. Es una forma de controlar los lugares en donde entran, que no visitan, no de viajar ni de informarse.

ANTONIO NADAL PERÍA ZARAGOZA

A mí no me gusta nada viajar. Cuando lo he hecho (a rastras, casi siempre), he comprobado que ésa es la actitud generalizada en los viajes turísticos, no sólo en la Expo, sino en todo lo descubierto de la tierra. Hasta el siglo XIX, cuando uno sólo conocía París o El Cairo por las novelas y la pintura, se podía viajar para ver cómo eran los sitios y saber qué había allí. Ahora ya no: ahora ya se viaja sólo para comprobar que lo que hemos visto en la pantalla está en su sitio. Viajamos con una check-list, con todo lo que hay que ver anotado (y con una idea previa de cómo es), y nos limitamos a verificar que no se ha movido de sitio y que es igual que en la tele.

A veces me pregunto cuál sería la sensación de un viajero antiguo al ver, por primera vez, una pirámide, una selva o las cataratas del Niágara. Hoy eso ya es imposible: de todo tenemos una imagen previa grabada en la retina. Viajamos para reconocer, no para conocer. Como mucho, percibimos la diferencia entre lo vivo y lo televisado: qué pequeñitas son las pirámides, qué mal huele Versalles, qué sucio está el Empire State Building. La idea con la que ya salimos de casa nos impide mirar: sólo vemos lo que íbamos a ver.

¿Qué hacer? ¿Cómo aprender a ver algo inesperado? ¿Cómo dejarse sorprender? Mi consejo es ir diez días seguidos, como mínimo, a un solo sitio; y que sea algún lugar del que nada sabemos, donde no haya nada que ver ni deberes que cumplir, un sitio del que ni siquiera tengamos una imagen previa. En mi caso, por ejemplo, diez días en Marsella, Glasgow o Reikiavik. Sólo para ver qué hay, no para comprobar que, en efecto, la torre Eiffel está en París. ¿Que voy y no hay nada? Pues mejor: si no eres capaz de aburrirte y perder el tiempo en una ciudad es que no la conoces.

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