Carta con respuesta

La pura verdad

Desde hace algún tiempo, es frecuente leer y escuchar que las personas religiosas son intolerantes. Se hace esta afirmación porque se piensa que la intolerancia es el destino de quienes sostienen que hay verdades absolutas. Por verdad absoluta entienden la religión y, más en concreto, la religión católica. La consecuencia es clara: la persona que quiere ser tolerante, no puede ser católica y si alguien se presenta como católico convencido, hace confesión pública de intolerancia y, por ello, de persona peligrosa para la convivencia. El resultado final ha de ser orillar y postergar a esas personas en cuanto enemigos públicos. Este discurso no nos es extraño estos días. Gregorio Peces-Barba, en un reciente artículo, afirmaba que una institución que tenga pretensiones de verdades absolutas no tiene lugar en una democracia.

JESÚS DOMINGO MARTÍNEZ. GIRONA

Qué va, nadie dice eso, se lo ha inventado usted. Claro que hay verdades absolutas. Por ejemplo: hay un número infinito de números primos. Como es lógico, no es posible una demostración experimental, nadie puede contarlos y decir: ¿lo ves como son infinitos, melón? Sin embargo, desde Euclides, se puede admitir como verdad absoluta... dentro de cierto marco y a partir de axiomas determinados.

Hay otras cuestiones, en cambio, que sólo son opinables: ¿Existe Dios? ¿Está más buena Lauren Bacall o Ingrid Bergman? ¿Se pueden comer los espárragos con los dedos? ¿Interrumpir un embarazo es inmoral? Etc. Tipos más recios y wittgenstenianos que yo dirían que esa clase de asuntos son demasiado banales como para perder el tiempo con ellos, así que vuelven siempre (como mi amigo Fernández-Mallo) a los pezones y al punto 7 del Tractatus: "Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen" (De lo que no se puede hablar –con propiedad–, hay que callarse). Otros menos viriles (más proclives a las investigaciones filosóficas) pensamos que de lo único que importa hablar es de aquello que no somos capaces de expresar con claridad.

Llamamos intolerante a quien pretende imponer como verdad absoluta (es decir, también para otros) sus propias creencias sobre asuntos que son opinables. Por eso llamamos intolerantes a los católicos, no por lo que usted dice. Es decir, les llamamos lo que son. Que en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, es una verdad que la democracia acepta como absoluta, aunque no se pueda decidir por votación.
En cambio, ninguna democracia puede aceptar que una Iglesia intolerante pretenda imponer como verdad absoluta su propia fe y sus creencias en asuntos opinables. Eso decía Peces-Barba (no lo que usted malentendió), y tenía más razón que un santo.

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