Carta con respuesta

El infierno son los otros

Los cines huelen a palomitas de maíz que apestan, un olor que no corresponde a una sala cinematográfica, pero el negocio es el negocio y las malas costumbres de los espectadores también. Una costumbre que se ha impuesto tontamente y que viene desde Norteamérica. Lo peor de ir al cine es el público. Siempre toca al lado o detrás algún espectador que habla durante la proyección, que produce ruido al masticar palomitas u otros alimentos, que desenvuelve productos envueltos en celofán, que ríe escandalosamente sin venir a cuento, etc. Por añadidura, algunas salas de cine están tan mal diseñadas, en un país de diseñadores, que las cabezas de delante no te dejan ver un buen trozo de pantalla, aun siendo alto. He recibido un mensaje de un banco en el que me dice que me regala palomitas y refresco cuando vaya al cine; contesté que con ese ridículo regalo promocionaba las malas costumbres de muchos espectadores y que al cine había que asistir comido y bebido.

ANTONIO NADAL PERÍA ZARAGOZA

Qué carácter, don Antonio. A mí no me molestan tanto los demás. Pocas veces me siento más a gusto que en el cine de verano. El cine Charli no es más que una gran pantalla en un solar tapiado rodeado de árboles, bajo las estrellas. Hay niños jugando, jóvenes ligando y abuelos que comentan la película en voz alta. Llevamos bocadillos de casa y pedimos en el bar porrones de cerveza. Los espectadores pueden fumar, meterse mano o jugar al dominó: todo está permitido, todo se tolera. Las bicis se dejan apoyadas contra el muro y hay quien se trae de casa hamacas o sillas plegables.

La vida (al menos la que quiero vivir) se parece más al cine Charli que a una ópera: todos intentamos no sentirnos molestos por lo que hacen los demás. No me gusta estar en el cine como si uno estuviera en misa: ni siquiera soy partidario de vivir como en misa, con una concentración tan solemne y dándole tanta importancia a la pantalla. De la vida me gustan casi más que la película los intermedios, los imprevistos y las interrupciones. En la vida, como en el cine, soy más partidario de la felicidad que de atender a la película. Yo quiero vivir igual que voy al cine Charli: pongan la película que pongan. Al fin y al cabo, lo más importante siempre lo ponemos nosotros, los que vamos dispuestos a pasarlo bien de todas formas.

Si tanto le molesta que alguien coma palomitas, que desenvuelva un caramelo, que tosa o incluso hasta que se ría "sin venir a cuento" (¡Toma castaña! ¿Quién decide cuándo viene a cuento? ¿Usted?), supongo que lo mejor sería que usted viera todo en DVD, en su casa, en ayunas, en silencio y sin cambiar demasiado de postura. Solo y por fin libre de los otros, ese infierno, como decía Sartre.

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