Carta con respuesta

Dime de qué presumes

Cada día tenemos más presuntos. Entre el espionaje, la corrupción, la violencia de género, los asesinatos y ajustes de cuentas, las noticias repiten la palabra presunto hasta el hartazgo. A veces colocan dos o tres presuntos en una misma frase. Las personas acusadas o sospechosas son presuntas hasta que un juez dicte algo al cabo de los años, aunque haya testigos del delito. En las noticias, con tanto jaleo de presuntos, se cuela a veces que el hecho también es presunto. Un muerto o un robo se convierten en muertos y delitos presuntos. España es un país presunto y los ciudadanos somos españoles presuntos. Si no somos presuntos, estamos entre comillas, que también se usan ahora mucho en el lenguaje oral.

 

ANTONIO NADAL PERÍA ZARAGOZA

Las personas acusadas de un delito no son presuntos culpables, presunto asesino o presunta secuestradora, ni siquiera presunto etarra. Hasta donde yo sé (corríjame si me equivoco), al menos en España, lo único que se presume es la inocencia. El tipo acusado de asesinato es un presunto inocente y la tía acusada de secuestro es una presunta inocente. Será sospechoso, tal vez, pero la presunción de inocencia es un derecho de todo acusado (y una obligación de los demás, entiendo yo) y, por tanto, todo ese uso de presunto es una barbaridad. Lo que hay que probar es la culpabilidad. También hay que probar la calificación de los hechos (si es o no un asesinato, pongamos), pero me parece más tolerable, en la prensa, presumir o sospechar que ha habido un asesinato que presumir la culpabilidad de alguien.

Esta presunción de culpa a mí me saca de quicio. Presumir la inocencia en tanto no se demuestre la culpabilidad es la mínima garantía jurídica. O era: porque, según tengo entendido (corríjame si me equivoco) con las reformas presuntamente a favor de la igualdad esta indispensable garantía ahora ya se ha ido a freír espárragos. Parece que ahora, sin más que un testimonio de parte, se presume culpable a alguien que, además, lo que tiene que demostrar es su inocencia: una perversión de la justicia digna de un régimen nazi. Lo mismo sucede con respecto a las acusaciones de terrorismo, donde conceptos como el de "entramado" repugnan a la razón y al sentido de la justicia.

Como no nos acusan de etarras ni de malos tratos, nos hacemos los tontos. Sin embargo, no debíamos consentirlo. Como suele repetirse: si no hacemos nada ahora, cuando vengan a por nosotros ya será tarde.

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