Carta con respuesta

Uniformes baratos

Hoy en día, vivimos en la era ‘low cost’. La fórmula del éxito es simple: lanzar una segunda marca con un producto y/o servicio similar, pero a un precio mucho más asequible. De esta manera, los clientes antiguos siguen fieles a la marca original, a la par que se suman otros nuevos. Todo esto tiene un doble fondo del que no todos somos conscientes. Por un lado, ayuda a acercar las distancias entre las clases sociales, ya que cualquier persona puede vestir como quiera sin que nadie le juzgue por llevar una determinada marca o prenda. Pero, por el otro, potencia el consumismo al que estamos sometidos socialmente, ya que mucha gente pretende consumir lujo, pero sólo unos privilegiados pueden permitírselo. Así pues, ¿podemos concluir que el fenómeno ‘low cost’ nos beneficia? ¿O nos perjudica?

JOSÉ MIGUEL SEVILLA CARRASCO, Viladecans (Barcelona)

Pues, si me pregunta a mí, diría que opción B. Si dejáramos de consumir, el sistema se colapsaría. Yo sigo usando la misma máquina de escribir desde hace más de 20 años. Sin embargo, este ordenador debe de ser el sexto que compro, y cada vez me sale más barato. Y dura menos, claro: se llama obsolescencia programada. Fabricar una nevera que dure 50 años es una verdadera traición, un infame sabotaje que perjudicaría el fundamento mismo de la sociedad: frenaría el consumo, impediría que cambiáramos de coche cada cinco años y de chaqueta cada invierno. Así no vamos a ninguna parte, como usted comprenderá. Tenemos que seguir trabajando para seguir consumiendo, y además eso es lo único que de verdad nos hace más felices y más libres: la posibilidad de poseer un móvil aún más pequeño y con cámara de fotos, ¿a que sí?

Los ricos de verdad serán muchas cosas, pero idiotas del todo no son. Una camisa parecida a la que llevan no les va a engañar, se lo aseguro. Tienen esa cualidad tan sorprendente que Monterroso ya detectó en los enanos: se reconocen entre sí a simple vista. Para eso, han inventado la distinción, que no es más que una forma de distancia; es decir, de mantenernos a distancia a los demás.

Recuerdo haber leído en Gibbon que se discutió en el Senado romano la posibilidad de uniformar a los esclavos. Al final, decidieron que era demasiado peligroso porque si llevaban uniforme, ellos mismos se darían cuenta de cuántos eran: acabarían rebelándose. En mi opinión, eso es el low cost: no somos unos desgraciados, tenemos nuestro móvil, nuestra pantalla de plasma, muebles de Ikea y ropa de Zara. Los bancos, esos filántropos, nos ayudan a comprar una casa, un coche o un ordenador. ¿Qué más queremos? ¿De qué nos quejamos? No somos esclavos: podemos ir vestidos como los ciudadanos libres.

RAFAEL REIG

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