Carta con respuesta

¡Qué susto: un corrupto!

Me dice un amigo que si la presunta corrupción parece que da más votos a los partidos políticos que tienen implicados de postín entre sus miembros, en el supuesto caso de que los tribunales confirmen los delitos y los presuntos delincuentes se conviertan en convictos, el apoyo será aún mayor en la medida en que aquellas sospechas multiplicadoras de votos, se ratifican. En consecuencia, ni que decir tiene que en las próximas elecciones, barrerían. Su lógica es, hasta cierto punto, impecable.  

ENRIQUE CHICOTE SERNA. ARGANDA DEL REY (MADRID) 

Pues dígale a su amigo que  nego maiorem. La argumentación es falaz, porque se basa en una premisa absurda. Si fuera verdad que los ciudadanos han votado a un partido a causa de su corrupción, sería verdad la consecuencia. Pero la premisa es más falsa que un duro de madera. Votan, a pesar de la corrupción, no a causa de ella.

La pregunta entonces es: ¿por qué a los votantes les importa un rábano que acusen de corrupción a un partido? Pues porque son realistas, oiga. Que en los partidos hay corrupción lo saben ya hasta los tontos de capirote. No influye en el voto porque se da por descontada en ambos partidos, PP y PSOE. Acusar de corrupción al adversario político y pretender que eso aterrorice a los votantes es una estrategia electoral infantil e inservible: ya estamos acostumbrados, nadie se asusta. ¿O no se acuerda de Felipe González y sus altos cargos? ¿Corruptos? Vale, pero son nuestros corruptos, dice el votante, como la esposa que, al ver a la amante de Martínez y la de su marido, le dice al marido con orgullo: la nuestra es mucho más guapa. Y que no nos vengan con milongas: el descrédito de esta política no es antidemocrático, sino muy sano (salvo para los interesados). ¿Que no son los dos iguales? A mí me parece que eso no se lo creen ni los niños de teta: por algo será.

La solución no es la retórica o gesticular más (¡bolsillos transparentes!, y pamplinas así). La solución, en mi opinión (no tan humilde, para qué mentir), es negarse a elegir entre Guatemala y Guatepeor. La solución es exigir política de verdad y rechazar el teatro de marionetas. En eso estamos, ¿verdad?

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