Carta con respuesta

Soberanía ética

La vida útil de las centrales nucleares ya no la decidirán los técnicos y especialistas sino el gobierno mediante una ley que llevará al Parlamento. Hasta ahora, mediante el ordenamiento jurídico, también ha procurado decidir los comportamientos éticos de los españoles. Como ha afirmado alguna ministra, no es la Iglesia  la que puede decir lo que está bien y lo que está mal, sino que lo determinan las leyes. Zapatero, ya no se contenta con imponernos sólo la verdad moral; también quiere hacer lo mismo con la verdad científica. 

ISIDRO VIDAL BADÍA. CANALS (VALENCIA)

Creo que no es así: entiendo que la ley no decidirá (si se aprueba) la vida útil de una central, sino que obligará a que se determine de antemano (por quienes deban hacerlo). Nadie más que uno mismo puede decidir lo que está bien o mal: la ley sólo determina lo que es lícito o no. Son cosas muy diferentes: usted puede decidir que el aborto no es ético y, de hecho, no hay ley que obligue a una mujer a abortar. También puede decidir que la usura no es ética, pero la ley la permite a los bancos, ¿a que sí?

No se puede imponer una ética al resto de la sociedad y convertirla en ley. La ley de Dios, la de Mahoma o la de Manitú, sólo obligan a quien quiere obligarse, pero jamás a mí. Por mí, la Iglesia puede decir misa. La ley nos obliga a todos, pero es un consenso racional: con fundamento ético, desde luego; pero no en exclusiva al servicio de su visión ética o (¡peor aún!) de la mía.

¿Puede colisionar una ley con la ética de personas o grupos? Sí, claro: ése es el espacio abierto a la objeción de conciencia. Dudo que haya sitio allí para la vida útil de una central o la ITV de un automóvil. Personalmente creo que tampoco lo hay para negarse a practicar abortos en la sanidad pública, pero (fíjese) hasta la propia ley lo ha creado. ¿Qué más quiere entonces? ¿Imponer su ética o la de su iglesia o secta, como ley, a la totalidad del planeta? Menos mal que no puede. Aunque podría ser mucho peor: imagínese que yo impusiera mi ética (amena, pero desquiciada) aunque fuera a una sola provincia: ¡se iban a enterar! (Y lo que me iba a divertir yo, por cierto).

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