Carta con respuesta

Morirse sin razón

Un informe médico nos dijo el otro día que era bueno para la salud un sobrepeso de hasta 14 kilos y después nos dicen que las mujeres con curvas tienen hijos más inteligentes. Si hasta hace poco las mujeres gruesas se acomplejaban, ahora se acomplejarán las delgadas. Después de tantos años promocionando el cuerpo estilizado volvemos a las modelos de Rubens. Nuestras abuelas consideraban saludable que los niños estuviesen rollizos. Donde hay carne hay alegría. La curva de la felicidad también goza de buena prensa. Lo malo es si cunde el ejemplo de Australia, donde estudian la posibilidad de cobrar más a las personas obesas en los viajes aéreos por el sobrepeso de sus cuerpos, que hace gastar más combustible a los aviones. No todo han de ser ventajas.

ANTONIO NADAL PERÍA, Zaragoza

Mi hermana Maite, que no ha fumado en su vida, me decía: "Estoy segura de que dentro de poco nos dirán que cinco cigarrillos al día son fenomenales para el corazón, las neuronas o lo que sea". ¿Se acuerda usted de cuando el pescado azul era casi venenoso y luego empezó a ser lo más saludable? ¿Y los huevos? Ahora resulta que desayunar huevos es una maravilla. Y dos vasos de vino. El café de pronto se ha vuelto súper-positivo. Y estar gordo. Y así todo el tiempo: nos tienen más que hartos. No digo que no haya que cuidarse de forma razonable, pero ¿usted les hace todavía algún caso a los matasanos, a los dietistas y a los médicos militares como el general Surgeon y la sargento Salgado?

Vicente Verdú solía decir que los norteamericanos están convencidos de que son inmortales. Si al final resulta que se mueren tiene que ser porque han cometido algún error, porque, si no, ¿por qué iba a morirse un ciudadano norteamericano? No habrá hecho ejercicio, habrá fumado, habrá comido demasiada carne roja... ésa es la única explicación. Los inmortales sólo se mueren por equivocación: por su propia culpa. En Europa, hasta hace poco, éramos un poco más sensatos: "De algo hay que morirse", repetía todo el mundo, encogiéndose de hombros, cuando le afeaban alguno de esos vicios que hacen tanta compañía. Cada día nos volvemos más merluzos. ¿Que se ha muerto Fulano? ¡Pues algo habrá hecho! Tiene que ser culpa suya: habrá bebido, habrá fumado o estaría demasiado gordo.

Un consuelo nos queda a los que vivimos como nos da la gana: nuestra muerte será ejemplar y les dará una gran satisfacción a los talibanes sanitarios. El día que nos desplomemos (de cirrosis, de cáncer de pulmón o de una venérea), le proporcionaremos a muchísima gente el inmenso placer de tener razón. Se veía venir, dirán, con esa (al parecer) embriagadora (pero inhóspita) sensación de superioridad moral. Y no hace falta ni que nos den las gracias.

RAFAEL REIG

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