Carta con respuesta

El acorazado Potemkin

PP y PSOE prometen bajar los impuestos directos (los más justos) con un sorprendente argumento: "Los ricos no los pagan porque tienen escapatorias fiscales y sólo los pagan los asalariados". En realidad eso vale para cualquier norma: los grandes asesinos del mundo jamás se sentarán frente a un juez, salvo para designarlo; los ladrones masivos se sientan en Consejos de Administración y nunca serán juzgados. Sigamos la lógica fiscal ‘centrista’ para todos los incumplimientos: legalicen el asesinato y el robo, pues los poderosos los comenten impunemente.

HUGO MARTÍNEZ ABARCA MADRID

Le sobra razón, Hugo, es un razonamiento craso. El peso de la ley cae a plomo sobre los más débiles, mientras que los poderosos lo eluden con facilidad. Ya lo sabíamos: don Juan de Mena, en el siglo XV, deseaba que "las leyes presentes" no fuesen como las telas de araña, "que prenden los flacos viles animales/ e muestran en ellos sus lánguidas sañas;/ las bestias mayores que son más strañas/ passan por ellas, rompiendo la tela", de modo que al final la ley no se cumple "sinon contra flacos e pobres compañas".

El Cid casa a sus hijas con nobles, pero éstos las escarnecen en una escena erótica indeleble (les desnudan los ciclatones y las azotan con cinchas y espuelas hasta que la sangre cubre la piel de nácar de los muslos). ¿Qué hace el Cid? ¿Mata a los infantes con su espada? ¿Los despedaza a mordiscos? ¿Los decapita a puñetazos? Pues no: el Cid decide poner una demanda judicial. Siempre me ha sorprendido esa respuesta del mercenario desterrado, uno más de los "flacos e pobres compañas", contra los muy poderosos condes de Carrión. Y la gana. Al final, el sistema funciona: parece una película americana, ¿verdad? Esas películas muy críticas, pero que en realidad sólo fortalecen el orden establecido. Por eso el Cid decide hacer que las leyes funcionen de verdad, como si fuera cualquier héroe americano decidido a demostrar que, por poderosos que sean los malvados, más fuerza tiene siempre la bondad y justicia de nuestro sistema.

El Cid, como las películas de Hollywood, es una fábula de consolación: al final triunfa la justicia, los poderosos son abatidos y el héroe recibe su recompensa (y la chica). A los juglares que recitaban el poema les escuchaba la misma multitud atónita de "flacos e pobres compañas" que llena los cines y ve la tele. La ley, en mi opinión, sólo será más igual para todos cuanto más iguales seamos de verdad todos: cuando no haya "bestias mayores que son más strañas". No son "las leyes presentes" lo que hay que cambiar, sino la vida que vivimos. ¿Igualdad ante la ley? No, igualdad ante la vida. Pero eso es otra película, no sé cuál, ¿quizá El acorazado Potemkin?

RAFAEL REIG

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