Carta con respuesta

'Non serviam'

Infierno es una de estas palabras que afluye con asiduidad para calificar un escenario insostenible. Pero en origen, designa un lugar de horror metahumano, lúgubre y lastimoso, poblado por los dominadores del mal que afligen sin cesar, y ya por toda la eternidad, a los réprobos que no quisieron reconocer a Dios en sus vidas y nunca supieron nada del amor. El infierno es un lugar terrible y un estado de postración tal que no hay palabras humanas para describirlo. Y el infierno es el gran olvidado, fingida su inexistencia para poder llevar a cabo todos los atropellos contra la ley de Dios. Es así como el infierno, definido innumerables veces por Jesús en los Evangelios, cuenta hoy con total descrédito. Los que tratan de ignorarlo se topan antes o después con su descarnada realidad.

EVA CATALÁN, BARCELONA

Oiga, y usted ¿cómo sabe que el infierno es así? ¿Ha estado? ¿O se lo han contado? Claro que, ¿cómo se lo van a contar si "no hay palabras humanas para describirlo"? No sé qué evangelios tiene usted en su poder, pero en los que yo conozco Jesús no "define" el infierno, y mucho menos "innumerables veces". Más bien muy pocas y con una imprecisión y una vaguedad que dan bastante que pensar. Habla de las tinieblas, del fuego, del castigo eterno y del llanto y el rechinar de los dientes. Poco más, por lo que yo he leído.

Me he tomado la (no pequeña) molestia de leer la (aburridísima) homilía en la que el papa Benito (o Benedicto, como prefiere la Conferencia Episcopal) afirmó que "el infierno existe y es eterno". Tampoco entró en más detalles. Su antecesor en cambio opinaba que "el infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios". No es Dios el que condena: uno lo elige. Recordaba entonces Juan Pablo II que algunos ya han elegido y han dicho no: los demonios. Non serviam (No te serviré, Jeremías, 2:20).

Lo mismo digo yo. Prefiero ir al infierno: más que nada, por los amigos. Dudo que los reencontrara en el cielo, que debe de ser un soberano aburrimiento. La situación en la que me hallo, alejado de Dios, resulta bastante acogedora. Se toma el aperitivo, nos reímos, follamos, se puede leer tumbado en la cama y escribir boca arriba con un lápiz, y no hay que madrugar demasiado. Ojalá se convirtiera en definitiva. De niño, yo ya estaba con Huckleberry Finn en el capítulo 31, cuando decide desobedecer: "Tenía que decidir, para siempre, entre dos cosas, y lo sabía. Estudié el asunto un minuto, conteniendo la respiración, y luego me dije a mí mismo: ‘De acuerdo, entonces iré al infierno’". ¿A que dan ganas de aplaudir? La felicidad a nuestro alcance siempre es así: una forma de insurrección.

Rafael Reig

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