Pato confinado

Pangolines en el supermercado

 

Pangolín causa del coronavirus
Un pangolín sobre una persona.

1. La caja de Pandora:

La principal hipótesis es que ciertos hábitos alimentarios auspiciaron esta pandemia. Alguien capturó a un pangolín, animal rarísimo que está en peligro de extinción y es víctima del tráfico ilegal; o tal vez fuera un murciélago enorme y de ojos saltones, acaso una rata salvaje... No importa la receta.

Alguien metió sus manos en las heridas de esa naturaleza que maltratamos a diario, y se trajo consigo, a la supuesta civilización, la caja negra: dentro de la armadura del animal estaba el virus preparado.

La abrió en Wuhan, China, probablemente en un mercado de animales vivos, "mercados húmedos", así los llaman, porque en sus suelos hay riachuelos de sangre (pero podría haber sido en otro lugar). El coronavirus viajó después en avión, tanto en primera clase como en turista.

Separar la emergencia ecológica y nuestra forma de alimentarnos del azote del coronavirus es un contrasentido para muchos ecólogos. Afirman que todo está conectado. La fiesta pantagruélica del mercado de alimentos global, por ejemplo. El tráfico de animales (con el ya tristemente famoso pangolín). La destrucción de los hábitats, la deforestación, la unión de animales domésticos, salvajes y humanos, la presión y huella ecológica... muchos culpables, pistolas humeantes, un caldo de cultivo perfecto.

La cajita, como en las leyendas, estaba guardada en un bosque que fue profanado pensamos que en Asia. Este es un mito recurrente en la Historia, desde los tiempos de Pandora, que destapó los males del mundo.

En una de las primeras pestes que padeció la antigua Roma, en la peste antonina (165-180 d. C), por ejemplo, se dijo que su origen estaba también en una caja. La hallaron dentro de un templo dedicado a Apolo los legionarios que tomaron Irak. El militar que desató la plaga, según el mito, pensó que en el recipiente habría riquezas, como lo creyó también quien ejecutó al extraño pangolín. Hoy el templo profanado es la madre naturaleza, y la caja aquí solo una metáfora para explicar que estamos jugando con fuego.

El virus es portador, si leemos entre líneas, de más avisos mitológicos: además de la imagen de Pandora, está la violencia de Gaia, como una venganza, la hibris, que los griegos traducían cual "desmesura trágica", la transgresión de los límites impuestos por los dioses y su consecuente castigo.

Un organismo minúsculo que se parece a un resfriado sin serlo, volátil, sin apenas afección en los niños, los científicos del futuro (se está estudiando el por qué); un patógeno que amenaza todo lo viejo y caduco en este mundo intubado por el exceso de CO2.

No sabemos qué animal hizo de gatillo. No importa. No es el problema en sí. El modelo parece serlo: la depredación sistemática, el comportamiento igualmente vírico de una globalización que ha aumentado los riesgos.

2. Craving o el ansia global:

Los psiquiatras definen el "craving" o "ansia" como un trastorno de la alimentación. Es esa necesidad de ingerir un alimento o sustancia determinada, al coste que sea, por encima de la razón. El ansia no suele calmar el hambre, pues, como la adicción, invita a nuevas montañas rusas; satisface momentáneamente el apetito sin aportar los elementos que requiere un organismo sano.

Las enfermedades no transmisibles- es decir, la diabetes, los infartos de corazón, cáncer, etc.- siguen siendo la principal causa de muerte, y pueden prevenirse con una dieta saludable y el ejercicio físico. Sabemos que un modelo de alimentación más sano está vinculado con un sistema más sostenible y ecológico. Un cuerpo saludable no puede vivir sin un entorno adecuado, como una célula aislada no puede sobrevivir en un metabolismo infectado.

Pero el craving es omnívoro y multifacético hoy en día, parece ser uno de los motores de la globalización. No importa que sea un pangolín, la moda del aguacate, la bollería industrial, o los jugosos dividendos que aporta el tinglado. Es un deseo irrefrenable que busca sobrepasar los límites de la realidad. Y la realidad empieza a dar muestras de hartazgo.

3. Los otros pangolines:

En un entorno globalizado un acto en apariencia inocente como es comer tres veces al día, está relacionado no solo con la salud individual, la cultura y la economía, sino también con los ecosistemas, la estabilidad del planeta.

Qué comer, si somos afortunados, es una elección. Elegir si nos llevamos o no los pangolines a la boca, si escogemos un futuro u otro. El impacto de la alimentación en el medio ambiente es importante, y proviene en síntesis de cuatro variables, según el experto en salud pública, Lluís Serra Majem:

  • La emisión de gases de invernadero, especialmente el CO2, pues la industria de los alimentos genera aproximadamente el 30% de estos gases. Sobre todo con los productos de origen animal, como el vacuno, y el transporte con energías sucias, especialmente de aquellos comestibles lejanos a nuestro entorno.
  • El consumo de agua. El 70% de los recursos hídricos van a parar a la agricultura y ganadería. Los animales consumen más agua que los vegetales, las legumbres en cambio muy poca, y hay frutas que requieren más: si la naranja son 100, el aguacate, ocupa 2000 litros el kilo.
  • La energía que se consume en su cultivo, cría o pesca, otra vez los combustibles fósiles.
  • El uso de tierra agrícola: cuanto más desforestemos para cultivar, peor. Los bosques compensan las emisiones de CO2 y contienen además a los huéspedes de futuros virus. Si nos cargamos el Amazonas para plantar soja y así alimentar cerdos y vacas, el impacto medioambiental es una bomba de relojería.

Es más costoso alimentar a los animales con soja que a los humanos mediante vegetales. La dieta cuanto más vegetal más sostenible, dicen los expertos (y también más saludable). No hay una solución fácil frente a esta ansia. Se trata de entender que determinados actos aunque individuales son en realidad globales. Todo está interconectado.

4. Wuhan en mi supermercado:

Hace unos meses la siguiente imagen era patrimonio de la ciencia ficción: una cola silenciosa frente al supermercado. Personas a un metro distantes, caras alargadas por la mascarilla, algunos con guantes. Es una frase común en el súper, el único espacio de sociabilización directa que nos queda: "Esto parece una película".

El supermercado es hoy zona de guerra, pero de otra guerra de la que hablamos poco. Cuando esto termine: ¿seguiremos devorando carne como cíclopes, esquilmando bosques por la dieta de moda, traficando con seres vivos en nombre de sus supuestas propiedades milagrosas?.

Los ecólogos advierten que si no redefinimos la agricultura y la ganadería, las pandemias y otros males podría ser más frecuentes. Nuestro supermercado no está tan lejos del mercado húmedo y rojo de Wuhan, en realidad, solo que afecta a la salud global quizás de un modo menos evidente. Cada elección, en conjunto, tiene, no obstante, una cajita esperándonos. Mucho de lo que comemos proviene igualmente del bosque profanado.

Puede que no hayan leído el poema de Nicanor Parra que habla de Freud, pero acaso alguien lo recuerde mientras hace cola en la calle. Sus versos finales concluyen: "El Occidente es una gran pirámide que termina y empieza en un psiquiatra: La pirámide está por derrumbarse".

En sus casas, encerrados, muchos ciudadanos escucharán el inusual trino de los pájaros sobre esa pirámide. Y entenderán que al planeta le va mejor con nosotros en prisión. Da que pensar... Es de locos.

Quizás se produzca el milagro, y convirtamos esta catástrofe en una lección: fue un virus, el más pequeño de los seres, quien nos hizo entrar en razón. La poesía, al menos, como antídoto contra el craving.

 

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