Pato confinado

Los nuevos agricultores regenerativos: coreógrafos de la danza de la vida

Planta para cultivo.
Pexels en Pixabay.

Piénselo bien. No le debe su comida a Juan Roig, presidente de Mercadona. Ni siquiera al rider que se la ha traído a casa por cuatro chavos, o a su madre, que sí, cocina de fábula...

En el fondo del humus, en las profundidades del subsuelo, debería agradecérselo a una constelación de bichitos ajetreados. Y hablamos de un espectáculo increíble. Una coreografía diaria: la danza del sexo, la muerte y el alimento, a todos los niveles, de lo micro a lo macro, de abajo a arriba, como en una orquesta, interconectados.

¡Música!

Seres que bailan bajo nuestros pies. Que se cazan y cooperan, comen y defecan, se aparean. Enriquecen, transportan, transforman, cosechan, guardan, captan, enganchan...

En su devenir continuo, como elfos guardianes, protegen a todas las plantas, árboles y animales de este planeta. Todo lo regeneran con pasitos minúsculos (hongos, bacterias, protozoos, lombrices, insectos, nematodos...). Todo lo fertilizan y renuevan.

El suelo fértil, ese lugar que quizás consideraba vacío, la zona negra que aún definen como "inerte" en las escuelas, es más que movimiento. Su danza simbiótica permite la vida e implica a incontables seres vivos. En conjunto, su número es mayor que el de todas las estrellas conocidas, en un puñado de tierra hay más seres que humanos caminando por el planeta. Juntos, y aquí está la gracia, nos nutren en este equilibrio, en su acción incansable nos alimentan al fertilizar el suelo.

Ayudan a las plantas en su desarrollo, cooperando, nutriéndolas en simbiosis. Hacen que usted pueda leer esto y sonreír al pensar que en la ópera del subsuelo haya tanto sexo minúsculo. Su comida, va entendiéndolo, se la proporcionaron unos hongos, lombrices y bacterias sin corbata. Son la base de todo cultivo y bosque. La dimensión oculta que lo reinicia todo. El ciclo de una alquimia sagrada.

Así que destruirlos nunca fue buena idea...

Si paramos el baile se acabó la música. Esto piensa un movimiento internacional de ganaderos y agricultores que ha comprendido la importancia del suelo fértil, del inigualable ciclo de la vida microbiológica.

La agricultura convencional lleva años maltratando ese suelo y sus formas de vida, tratando el equilibrio natural como si fuera una contienda, una guerra química, donde el humano, cual bailarina coja, pretende suplir a los principales integrantes de este ballet. Algunos agricultores, sin embargo, tuvieron una epifanía, explica Ana Digón. Incluso hombretones adultos, fornidos campesinos, lloraron al comprender cómo habían estado destruyendo nada menos que la danza de la vida...

Ellos llaman a su movimiento agricultura regenerativa. Digón es una de las portavoces en España a través de www.agriculturaregenerativa.es. Se trata de un desarrollo de la permacultura (el diseño inteligente de sistemas agrarios que puedan producir los alimentos, energía y tejidos que necesitamos, imitando a la naturaleza y sus ciclos, aprovechando su potencial, no destruyéndola o asfixiándola). "La descripción corta es que consiste en una permacultura para profesionales del sector agroganadero, de manera que no se degeneren los recursos sino que se regeneren al producir", explica Digón.

Su idea es devolverle al suelo lo que le quitamos, regenerar en vez de arrasar, seguir plantando, criando ganado, cultivando vegetales, alimentando al mundo. Comprender que los tiempos de la naturaleza son lentos, no violentos.

La permacultura se inició en los años 60 en Australia, lugar de suelo árido donde se rodó el filme apocalíptico de Mad Max, muy golpeado hoy por el cambio climático. Un impulsor clave de la agricultura regenerativa fue Darren Doherty, un granjero que perdió su granja y que decidió viajar por el mundo para conocer y desarrollar las herramientas de aquellos agricultores que estaban mejor conectados con la naturaleza.

En el año 2007, Digón fue su intérprete en España, pues esta es su profesión. Ella tenía entonces una pequeña finca que explotaba con métodos ecológicos convencionales. Como San Pablo, se cayó, pero no del caballo sino del caracol: vio un mundo nuevo en ese suelo seco y sin lombrices, esto iba más allá de lo ecológico. En su visión, el agricultor y ganadero se convierten también en el científico, en el guardián, un protector del suelo. Una especie de coreógrafo de esa danza de la vida que actúa en su finca.

El productor debe comprender el baile de su propia tierra y actuar con la batuta de la inteligencia, dirigir la música para obtener mayor producción, regeneración y bienestar de los seres vivos. "La agricultura regenerativa lo que hace es aportar soluciones productivas para profesionales. Un huerto casero no es lo mismo que un productor que tiene que vivir de ello", apunta Digón. Afirma que el resultado final es que todos ganan: la tierra, los animales, plantas y hongos que la habitan y, claro está, el agroganadero.

Un mundo mejor que el de 'Avatar'

No es necesario tomar LSD o ser maestro de yoga para comprender que todo está conectado. Que esa danza que se inicia en el subsuelo continúa en nuestros estómagos y salud. No es necesario viajar al espacio. En sus conferencias, Digón usa la metáfora de la película Avatar.

Algunos se sintieron deprimidos al pensar que ese mundo creado por James Cameron, fantasioso y simbiótico, armónico y equilibrado, no existía. Pero en realidad habitamos en él, asegura, solo que no es luminiscente como en la película. Es casi invisible, y gran parte de esto ocurre bajo nuestros pies. Se trata de comprender las conexiones, ese internet entre el suelo vivo, las plantas, los herbívoros y el resto de animales y seres. "Y entender que la microbiología presente en cada uno de esos estratos de vida es la que lo impulsa todo", cuenta.

Todo baila sin permiso: las raíces de las plantas están en simbiosis con hongos que les ayudan a alcanzar zonas profundas para recoger agua o comunicarse; los estómagos y saliva de los animales cooperan con los brotes vegetales (los rumiantes ayudan a renacer al pasto, un 40% más que si se corta con una máquina, por el "efecto saliva" y las hormonas que contienen). "Todo eso define la salud del sistema", asegura Digón.

El suelo es el capital natural de todo productor. En la agricultura convencional e industrial, un sistema surgido tras la Segunda Guerra Mundial para la exportación y monocultivo, se aportan substancias químicas de síntesis que suplen los procesos naturales. "Pero crean carencias y problemas, desequilibrios que hacen que tengas plagas, y eso requiere más tratamientos, como insecticidas. En una agricultura regenerativa lo que se pretende es comprender el rol que tiene esa microbiología en todas sus fases y estimular así el dinamismo del propio sistema", apunta.

El agricultor y profesor estadounidense Joel Salatin habla por ello de coreografía. La persona encargada de la tierra es la coreógrafa de su finca, dirige esa relación. "Tiene que conocer muy bien cuáles son los ciclos vegetales y saber en qué momento introducir el animal para obtener resultados", añade.

Y debe preguntarse para qué hago esto, a costa de qué se produce la intervención. Es volver a reflexionar, no dejarlo todo en manos de una industria cuyos intereses pueden ser distintos a los del suelo, la vida y el productor. "No es agricultura o ganadería de fórmulas, es estudio, observación, diseño, ensayo y error, es ver cómo con mi finca, con mis condiciones, con el historial médico que tiene mi suelo, podemos tener un diagnóstico. A partir de allí se decide dónde se quiere ir, teniendo en cuenta qué necesita dicho suelo, pero también mi familia, los vecinos, la economía local", explica.

Decidir si se usan, por ejemplo, animales herbívoros, pues son los que más dinamismo aportan a este sistema. Según su experiencia, el ganado es la herramienta de sanación del suelo más potente. Bien usado, acelera la regeneración y fertilidad. "El ganado es la gran herramienta, con su correcto pastoreo y su movimiento y reposo. Si no lo tienes, debes aplicar otras medidas y procesos, como compostajes, para conseguir eso mismo que el ganado te da solo con moverlo correctamente sobre el terreno", explica.

El coreógrafo debe saber en qué acto del baile está para entrar en acción. Comprender que existe una simbiosis entre las hormonas de la boca del animal, el pisoteo y la perturbación ligera del campo. "Es como un peeling sobre la piel de la tierra. El estercolado y orina serían la hidratación de esa piel. Todo ese impacto es energía. Si tiene tiempo, la energía se filtra por el sistema y la microbiología monta su fiesta, regenerando la vida y aportando más nutrición a las plantas", explica.

El rebaño pasa primero, en los momentos y zonas justas del año. Se come los rastrojos, estercola, pisa, orina y avanza. Luego con una sembradora directa, con solo un pequeño corte, o a voleo, se puede cultivar sin destruir la piel de la tierra y sus ya ilustres e indispensables habitantes. Sigue la fiesta, más música subterránea. Se conectan de nuevo, como antiguamente, ganadería y agricultura.

"Se trata de recuperar lo mejor del conocimiento ancestral, que conoce los ciclos de la naturaleza, y añadirle lo más puntero del conocimiento científico actual", explica. Si se siguen los ciclos de este baile asegura que no se necesita mucha maquinaria y petróleo en una finca. Se reducen los insumos desarrollando nuevas estrategias. Se trabaja mano a mano con la naturaleza.

Según el tamaño de la explotación se utilizarán distintos diseños y estrategias, pero las bases son las mismas. "Los productores conocen lo que está pasando y saben cómo potenciar lo que quieren que suceda, el mejor insumo es el cerebro", alega.

Resistentes al cambio climático

El suelo desarrolla de este modo resiliencia. Y un suelo resistente será capaz de enfrentarse a los desafíos. Tendrá mayor capacidad para aguantar un choque externo, como una sequía o lluvias torrenciales (los jinetes del cambio climático). "Un suelo así trabajado captura mucho más carbono del que emite. Mientras que la agricultura media convencional es hoy una emisora neta de gases de efecto invernadero", explica.

Se multiplica la capacidad productiva y de carga. La hectárea llevada correctamente, si se invierte en ella, produce dos o tres veces más, según sus datos. Surge a la vez una explosión de biodiversidad, un impacto positivo en el medio ambiente al reducirse los químicos y la asfixia del suelo. La carne de esos rebaños será más sana y apetitosa. Lo mismo ocurre con los vegetales. El humano gana, la naturaleza también.

Hoy la FAO reconoce que los sistemas agroecológicos, regenerativos y campesinos tienen la suficiente capacidad productiva para alimentar a un mundo en expansión. Tenemos en realidad un problema de despilfarro y residuos. Agotamos la tierra para producir en otras hectáreas en lugar de regenerar las que usamos. Varios estudios llevan casi una década señalando que la agricultura campesina puede alimentar el mundo. Un mundo en el que la mitad de su población trabaja la tierra.

"Decir que el suelo es algo inerte, esa falacia, ese pensamiento, es lo que nos ha permitido hacerle lo que le hacemos. Cuando se comprende la vida increíble que hay en él, lo único que puedes sentir es reverencia", dice Digón.

A su juicio, es cuestión de regenerar no solo el humus. Todo puede empezar en un huerto educativo. Un terrenito de barrio o de balcón, donde los niños aprendan a nutrir la tierra, observen la alquimia, los cambios de color, la evolución del compostaje, la ausencia de químicos, la aparición de lombrices, las brújulas de la buena suerte, los pasos de esa danza que nutre y alimenta.

"Aunque la labor de cultivar esté denostada, se trata en realidad de trabajar con lo más sagrado, con la vida y el alimento. Pero uno no puede cuidar algo que desconoce, porque entonces no lo ama", concluye.

Puede que la naturaleza, maestra del equilibrio, no sea tan sabia después de todo. De lo contrario cuesta entender por cuál motivo habrá creado al ser más desequilibrado. El que pisa la pista sin comprender el baile. El que olvidó la alegría de ese un, dos, tres... ¿No estaremos interpelados a cooperar de nuevo en la sencilla elegancia de la naturaleza? ¿No será este el momento justo de regresar a casa, batuta en mano?

A nuestros pies, queridos bichos, y... música, maestro.

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