Pato confinado

Ortorexia nerviosa: una obsesión por la comida saludable

Dieta.
Pixabay.

¿Pasas más de tres horas al día pensando en tu dieta?

¿Consideras que el valor nutritivo de una comida es más importante que el placer que te aporta?

¿Ha disminuido tu calidad de vida a medida que aumentaba la calidad de tu dieta?

¿Supone un problema tu dieta a la hora de comer fuera distanciándote de tu familia y amigos?

Estas son algunas de las preguntas que uno puede encontrar en el test ORTO-15 de Steven Bratman, médico que en 1997 describió por primera vez la ortorexia nerviosa. Se trata de un cuestionario que busca identificar el perfil de alguien que tenga aparentemente esta obsesión.

El nombre proviene del griego: orthos (correcto) y orexis (deseo, apetito). En esencia, la ortorexia nerviosa se trataría de una obsesión malsana por la dieta y los alimentos saludables, que causa desórdenes y sufrimiento a quien lo padece. Como cuando alguien, siguiendo un determinado régimen, prescinde de los nutrientes necesarios para el organismo, cuando se eliminan alimentos esenciales en la dieta por no ser lo suficiente "sanos" o por no aportar el efecto "milagroso" o "purificador" que uno desea, afectando finalmente a la salud y al equilibrio emocional de la persona.

La ortorexia podría tratarse de un nuevo trastorno alimentario, si bien hay controversia y discusión científica, faltan estudios concluyentes y no ha sido aceptado como trastorno psicológico único en los principales manuales de referencia (el DSM-5, considerado la biblia de las patologías psiquiátricas, no lo recoge).

Bratman lo definió en un libro como "yonquis de la comida sana" (Health Food Junkies), pero otros especialistas apuntan a que en realidad lo que él describe es más bien un estilo de vida o un fenómeno del comportamiento.

Hay división en cuanto a su diagnóstico y pocos estudios. Se trataría, eso sí, de un drástico patrón alimentario. Obsesionarse por los etiquetajes de los productos mientras se restringe la ingesta de alimentos. Seguir al dedillo los consejos del ‘clean eating’ o ‘comida limpia’ mientras se pierde demasiado peso y aparecen problemas de salud. Preferir, por ejemplo, el hambre o la desnutrición antes que ingerir un alimento que contenga grasas. Dejar de relacionarse con otras personas que no comparten el código dietético...

Algunos autores dicen que se trata de una "enfermedad disfrazada de virtud", pero no están claros los límites entre la patología y el modo de vida. Un ejemplo estaría en las verduras. Sabemos que son unos de los alimentos más saludables a nuestra disposición. Los que menos engordan y los que mejor previenen las enfermedades crónicas. Deberían ocupar la mitad de nuestros platos diarios junto a las frutas. Pero qué ocurre si, movidos por una obsesión, excluimos el resto de nutrientes de nuestra alimentación, las legumbres, por ejemplo, o los necesarios hidratos de carbono, tan demonizados hoy en día, una fuente importante de energía especialmente si se practica deporte, o las imprescindibles proteínas que cimentan nuestra musculatura... ¿Y el pescado o la carne? Es bien sabido que un vegetariano, especialmente los veganos, debe tener en cuenta las carencias latentes en su dieta (y compensarlas de un modo correcto) para seguir en un buen estado de salud.

Si alzamos el foco, el fenómeno apunta a ideas digamos de carácter filosófico o social. ¿Nos hemos pasado de frenada en la sociedad de la alimentación saludable? ¿Cuánto mal ha hecho el marketing de la salud? ¿Puede afectarnos psicológicamente tanta propaganda de ‘superalimentos’ y dietas milagro? ¿Hemos convertido la supuesta dieta sana en un corsé insostenible para el organismo?

Hay personas que de una manera poco razonada llevan una dieta excesivamente restrictiva en nombre de su salud. Hay influencers, como la estadounidense Jordan Younger, que han denunciado haber padecido ortorexia y que ahora se dedican a concienciar en sus redes sociales sobre ella (su veganismo, dice, se le fue de las manos).

El problema es que a veces, según los psicólogos, esta "obsesión por la comida saludable" -normalmente hipocalórica-, puede desembocar en un trastorno que sí está bien identificado y diagnosticado: la anorexia nerviosa. Al dejar de nutrir el cuerpo las personas adelgazan al extremo. En estos casos, comer lo más saludable termina siendo, paradójicamente, lo más insano, desarrollando además síntomas de ansiedad y depresión.

Hablamos de casos extremos, aunque hay médicos que dicen que es un problema que va creciendo en Occidente al albur de las modas de las dietas saludables. Personas que prefieren no comer nada si el alimento no se ajusta a sus pautas (por ejemplo, por la presencia de pesticidas, conservantes, colorantes, etc.). Se crea en su cerebro algo así como una imagen religiosa: ese alimento es haram, pecado, y se deja de comer sin obtener a cambio, y este es el punto importante, un sustituto satisfactorio que los nutra. La idea religiosa no es solo una metáfora. Bratman apuntó que "mientras los anoréxicos desean ser flacos, los ortoréxicos desean ser puros".

Se cita a veces como ejemplo a movimientos alimentarios extremos, como los crudívoros (que solo toman alimentos crudos) o frugívoros (que solo consumen frutas y algunas verduras), personas que se niegan a comer vegetales que hayan pasado más de quince minutos arrancados de la tierra o el árbol.

El problema con estas dietas, más allá de que Bratman tenga razón, es que es difícil mantener un estilo de vida verdaderamente saludable con ellas (pueden aparecer déficits de hierro, ácidos grasos, calcio, zinc, vitaminas como la b12). Hay estudios realizados con estudiantes -curiosamente entre aprendices de Nutrición-, en los que se señala que corren riesgo de padecer ortorexia nerviosa, relacionado esto además con una peor imagen corporal, una mayor preocupación por el aspecto físico y con conductas características de los trastornos del comportamiento alimentario.

Los peligros aparecen cuando el régimen dietético es demasiado estricto e irracional, cuando se eliminan grupos enteros de alimentos (ya sea por querer desintoxicar el cuerpo, por prevenir el envejecimiento, o por una ideología o creencia concreta que no tenga en cuenta la realidad fisiológica del individuo). Si no se compensa, desemboca en anemia. Se produce desnutrición y el extremo saludable acaba en su exceso afectando a la salud de la persona.

La dieta, dicen los nutricionistas, debe ser lo más saludable posible (preferencia de productos frescos y gran presencia de vegetales y frutas), pero también variada y equilibrada (no podemos olvidar proteínas, minerales, los azúcares necesarios y otros nutrientes). Rica y en su justa medida, atenta a todos los elementos que requiere nuestro organismo para su correcto funcionamiento.

La comida debe ser además un placer, no una carga que cause depresión. Algo que nos aporte felicidad, pues somos los únicos mamíferos que hemos creado una cultura milenaria alrededor de la mesa. Eso no implica que se deban comer porque sí determinados alimentos en nombre de la tradición (por ejemplo, la carne), pero siempre es necesario atender a los ladrillos básicos que nos edifican para que nuestro organismo no se resienta y zozobre en un terremoto de salud milagrosa. Una dieta desordenada en nombre de la salud puede ser igual de peligrosa que basarla solo en alimentos ultraprocesados, carnes rojas y comida basura.

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