Pato confinado

Neologismos hasta en la sopa: historia de una invasión gastronómica

foodie
Foto: Public Co/ Pixabay

Neologismos y comida, un asunto realmente extraño. No sé si se habrán fijado, pero de pronto un día dejamos de ser 'glotones' para convertirnos en foodies (del inglés, ‘comidista’), o en gourmets (del francés, ‘gastrónomo’).

Tuvo que ocurrir una suerte de embrujo léxico, no hay otra explicación posible. El plato o dish se nos fue de las manos. Nos equivocamos con las especias. Que un cocinero estrella, además, escribiera su nombre, ‘David’, con b y z –‘Dabiz’- no fue buen presagio para la lengua.

Empezamos a hablar raro. Abandonamos el anciano y dolido castellano como los pasajeros del Titanic hicieran con sus respectivos abuelos tras chocar contra el iceberg (en el gin tonic). Como en un cuento de Dickens, "era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura". Y tuvo que haber un momento, un milestone ('hito') donde sabiduría y locura intercambiaran sus ropas íntimas.

Acaso el léxico se saliera de la olla antes de que la nouvelle cuisine entrara en ebullición en los años setenta con nuevos significados y préstamos afrancesados, tales como 'volován' (pequeño molde de hojaldre), 'magret' (pechuga), o 'chef' (cocinero).

Tuvo que ser un agujero gusano en el que los neologismos y los extranjerismos de una galaxia exterior entraran en trompa en la gastronomía, en la comida más castiza, en las cocinas y en los restaurantes Casa Paco (hoy regentados por ‘Paco’ Li Wáng), en los hogares y en el menú del jueves (cambiamos la paella por el tartar, y nunca os lo perdonaré). Cual vikingos hambrientos, estos barbarismos un día se lo comieron todo.

Así que sköl! ('¡Salud!', en nórdico antiguo). Esta es la historia de una invasión que, en contraposición, deja a las cotorras argentinas como animalillos tímidos y poco aventureros. Desde entonces, las verduras nunca más las cortamos en daditos sino en brunoise. Para qué íbamos a decir 'delicioso' si podemos decir yummy (del inglés). Las cosas se nos fueron de la masa cuando a 'untar' o 'mojar' pan lo llamamos dippear.

Historia de una invasión léxica

¿Era necesario?

Tal vez. Todo es dinámico. Es necesario que una lengua evolucione absorbiendo nuevas palabras y significados, que unas lenguas presten sus términos a las otras en este bazar global. Pero la velocidad de esta centrifugadora de préstamos es hoy asombrosa y a veces inútil, por la gracia del clickbait ('cibercebo' o 'anzuelo de clicks') de los medios de comunicación e internet.

¿No podíamos haber detenido el disparate con el insigne capuchino, la mozzarella, la pizza o el bistec (del inglés, beefsteak, 'carne de vacuno')? ¿No estaba bien así, con un poco de tofu, sushi y wakame junto a las lentejas y los garbanzos milenarios?

Como llamar pet parent al dueño de un gato (es difícil superar eso), la cocina se puso en el nuevo milenio muy dark kitchen, aunque algunos, gracias al Dios de Nebrija, prefirieron llamarla 'fantasma'. Y esta será también la historia de muchos fantasmas...

Los fideos (del árabe fidāwiš) se convirtieron en noodles. La empanadilla se asimiló en dumpling en el cantón asiático. Paso a paso, cruzamos el río Rubicón, y ya no había marcha atrás. Un día, en una confusión superlativa, mezclamos el desayuno con la cena en una única sesión de brinner (del inglés, contracción léxica de 'breakfast for dinner').

Solo unas décadas atrás, si le decías a alguien que ibas a desayunar a la hora de cenar te enviaban al manicomio o al Santo Oficio (Chief of Hostias, en inglés, creo). El brinner consiste presuntamente (porque seguro que es delito) en cenar el desayuno. Una tendencia. Es una de esas modas que empiezan en el irreal mundo de los medios de comunicación hasta que un día las ves alegrando tu vida sin apenas resistencia.

El brinner consiste (presuntamente) en tomar los cereales y el jugo de naranja a las nueve o diez de la noche. La palabra es un neologismo anglo. Pertenece a la familia de esas contracciones léxicas que nos fascinan (como vigorexia, botox o chemtrail).

Juzguen los lectores sin merecen pastillas quienes lo practican, especialmente si no lo llaman 'desacena', como correspondería en la contracción hispánica. De momento, la Fundéu (Fundación del Español Urgente) no se ha pronunciado al respecto.

¿Brunch o desalmuerzo?

Tenía más sentido ese otro préstamo, también por contracción, del brunch (unión de breakfast y lunch, comer más tarde del desayuno y antes de la comida), si no fuera porque en el fondo el brunch se parece sospechosamente a eso que llamamos desde la España andalusí, hace setecientos años, el 'almuerzo' (y que podría venir de Al-morsus, 'el mordisco', mezcla de árabe y latín, aunque no está clara su etimología).

Un almuerzo con dj’s no debe quedar demasiado bien si vendes entradas. 'Almuerzo electrónico' suena a reunión de teletrabajo, o al muy pasado de moda 'piscolabis' del argot madrileño. La Fundéu, siempre velando por la lengua, nos sugiere que lo ideal sería llamar al brunch... 'desalmuerzo', por la contracción de 'desayuno' y 'almuerzo'. La Fundéu es poco sexy. Está claro que si dices 'desalmuerzo electrónico' se te quita el hambre y las ganas de bailar.

Tuvimos que ponernos en guardia cuando al aceite de oliva virgen, el jugo milenario que no había cambiado de título desde los árabes ('aceite' proviene de az-zait, 'jugo de la oliva') lo convertimos en AOVE. AOVE suena a tren de alta velocidad carísimo. A cosmético. A producto recién inventado por esta humanidad neofílica (del griego, 'amante de lo nuevo').

Quizás tengamos el cerebro diseñado para prestar atención a esta novedad de los novísimos préstamos. La mercadotecnia lo sabe. Es la explicación que dan hoy los psicólogos a que estemos a todas horas pendientes del móvil, buscando la última actualización de lo que sea, hasta de la hora. Debe tener algún sentido evolutivo, de cuando nos pasábamos el día buscando bayas y carroña en la sabana. ¿Eso se come? Oh, oui. Es carroñé asada al sol del mediodía...

'Cronuts' y almorzar en el 'spa'

Sigamos con las pruebas del delito (presunto) ¿Ya hemos probado el cronut? Podemos imaginar lo que es: la fusión de un cruasán (palabra que viene del francés croissant, porque lo inventaron ellos) y un donut (evolución americana de unos postres europeos, cuyo nombre deriva de dough –masa- y nut -nuez). Un donut acruasanado o un cruasán donatizado (perdóname Fundéu por esto). El cronut aparece como el Godzilla de los dulces, un monstruo calórico y seguro que radioactivo.

Hubo un día en que empezamos a esferificar los alimentos (a hacer bolitas, como con las albóndigas) y mise en place (del francés, 'puesta en sitio') nos los comimos cual niños en la escuela, sin rechistar. A mi yaya nunca le convenció que le dijera que estaba esferificando la carne picada.

Después, nos dejamos largas melenas rubias y nos pusimos bañadores de bermudas caídos; empezamos a practicar el mealsurfing ('surfear la comida', tendencia presunta que consiste en salir a comer a casa de otros y sentarse alrededor de la mesa con gente que no conoces, es decir, como ir de bares sin salir de casa, un oxímoron). El delivery ('entrega', comida a domicilio), y el posterior detox ('desintoxicación') por comer siempre fuera de casa pero dentro de casa, estaban al caer.

El neologismo y barbarismo gastronómico son como el vampiro, si le dejas entrar, se te llena el salón de extraños riders ('ciclistas') y juicers ('cargadores') alzando sus apps de gig economy (falsos autónomos). Son tiempos, desde luego, espumantes ('vino espumoso'). En cuanto a la lengua y las palabras, es todo muy flexitarian (dieta vegetariana que, sin embargo, no descarta la carne y el pescado, es decir, la dieta mediterránea de toda vida).

Nos sentimos tan healthy ('saludable') hablando así. Todo es jackfruit (fruta rara), kéfir (yogur raro), kimchi (col podrida) y superalimentos (unicornios) de kilómetro cero. Demasiado mézclum (mezcla de ensalada provenzales) en las cabecitas. Hemos reducido (cuando espesas la salsa) cual jíbaros las molleras léxicas.

El sprunch nos atrae (sí, aunque parece una contracción imposible, se trata -presuntamente- de mezclar el brunch con el spa; imaginemos ahora la piscina caliente llena de coloridas gotas de salsa holandesa cual pececillos japoneses).

Somos veggies de las palabras demasiado castizas o grasientas. Es mejor hacer slow food que 'cocinar lento'. No vaya a ser que 'cocinar lento' sea lo que hacían nuestras abuelas mientras esferificaban el huevo duro.

Como en la gala de los Óscar, la tendencia es el show cooking (cocinar montando el show). Impacto, novedad y, a poder ser, exceso. MasterChef (programa de la televisión pública que carga con dos barbarismos enlazados en su título) inventó los guantazos mucho antes que Will Smith.

Nos gusta la raw food porque si decimos 'cruda' nos da asco. Llamamos a la churrería de las ferias food truck ('camión de comida'), y de repente el churro es mejor que los cronuts y hasta healthy. Hemos convertido el salón de casa en un gastrobar de platos prefabricados. Tenemos la cocina llena de finger foods (raciones pequeñas de degustación, o bocados gourmet, es decir, 'croquetas'). A la caseta de campo donde el abuelo guarda las herramientas la llamamos el 'pago': un paraje singular, magnífico, donde la 'barbacoa', del inglés, barbecue ('parrilla'), se sirve con pickles o 'encurtidos'.

Hoy es imposible entonarse sin pasar por el craft cider ('sidra artesanal') o el smoothie ('batido')... sin ser un wine lover ('amante del vino', ergo, un 'borrachín'). Nos la colaron con la burger gourmet, el carrot cake, y el cheesecake. Desde hace un tiempo la palabra 'queso' solo la usamos para referirnos a los pies.

Nos dijeron que lo que hacía mamá (cocinar el domingo un poco más para después poder comer a lo largo de la semana esos platos que había preparado con antelación) era batch cooking, y desde entonces mamá no sabe lo que hace.

Tenemos numerosos palabrejos nuevos pero seguimos avanzando en el camino de la junk food ('comida basura'). Pensamos que el zero waste ('sin desperdicios') es eliminar cualquier atisbo de nuestra tradición, origen y etimologías arcaicas. Sin complejos, le damos al beer yoga (presuntamente, hacer yoga mientras bebes litronas), como si eso fuera posible, y algunos hasta lo llaman deporte o sport, mejor dicho.

El Observatorio Lázaro, guardián de los anglicismos, analizó en 2020 ocho periódicos de ámbito nacional. Todos pecamos en esto, el primero quien aquí escribe. Encontraron anglicismos en las bebidas (13 términos), en la comida (42 términos), en las prácticas culinarias y técnicas (29 términos) y en objetos (2 términos).

Son tiempos de la social food, del mood food ('comida emocional' o de la felicidad), del novel food ('nuevos alimentos') y de mucho ginger ale (bebida de jengibre). Llenamos las experiencias cotidianas de toppings ('guarnición') lingüísticos para ver si por arte de magia una tortilla se convierte en una veggie burger.

El futuro: hablar raro

En realidad, según los expertos, el neologismo de hoy es el arcaísmo del mañana. Así que todos tranquilos mientras soportamos tanta crudité (del francés, 'crudeza', aperitivo sin cocinar). Los galicismos, por ejemplo, empezaron a incorporarse al español gastronómico ya en el siglo XVI, pero fue con la aparición de la nouvelle cuisine cuando alcanzaron el predominio. Ahora parece ser que le toca al inglés, con un topping de japonés o coreano, y unas tacitas de ingravidez mental.

Con los siglos tal vez estas palabras y modas nos parezcan tan naturales como 'acelga' o 'albahaca' (arabismos). Tan propios como 'champiñón', 'fresa' o 'baguette' (del francés), tan cercanos como el 'guacamole', el 'aguacate' o el 'tomate' de las lenguas indígenas. Pero la alta velocidad del AOVE sigue pareciendo excesiva...

Menudo sashimi (pescado raw) tecnoemocional (lo que hace Ferran Adrià) tenemos encima. El cerebrito en tempura, bien pasado por el wok. Ya no sabemos si la real-food ('comida auténtica') es fast-food ('comida rápida') o al revés.

Tal vez en una década ya sea imposible hablar de cocina con los baby boomers (los nacidos entre 1946 y 1964). Las mamás del futuro no podrán pasar las recipes a sus hijos de Instagram (los niños viven allí). La gente desayunará entrecotte (del francés, 'entre costillas') y cenará una toast con jugo de bayas de Goji antes de irse a dormir. El futuro, sin duda, será espumante. Pero si hoy dices foodie, arde una biblioteca en Ávila.

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