Pato confinado

El poder inmortal del ayuno: del musulmán o cristiano al 'coach' nutricional

El poder inmortal del ayuno: del musulmán o cristiano al 'coach' nutricional
Foto: Muhammad / Pixabay

Un año más, bajo el signo lunar, el Ramadán arrancó el 23 de marzo pasado. En pocos días, bajo el mismo impulso astral, llega la Semana Santa cristiana (se celebra en el primer domingo de luna llena después del equinoccio primaveral).

Fechas marcadas por el ayuno, la plegaría, y la introspección. Ejercicio espiritual, ascesis (palabreja griega que significa 'prueba', prácticas que buscan la perfección moral o espiritual, según la RAE).

Si uno ha tenido la suerte de visitar un país musulmán durante el Ramadán sabe que el tiempo puede detenerse sin necesidad de una pandemia; que la voz del almuédano es el reloj ancestral; que la harira es una sopa espesa, tan nutritiva como estupenda; sabe que los últimos minutos del ayuno, con el sol ya moribundo, delante de esa sopa humeante que te llama por tu nombre de pila en la mesa, son tensos, hasta violentos.

Durante un mes millones de personas dejarán de comer sólido y líquido mientras dure el día. No tendrán relaciones sexuales. No fumarán. Es el mayor ayuno intermitente del planeta.

Solo están excluidos los muy viejos, enfermos, embarazadas, o niños. El sol vuelve a gobernar la vida en una mitad del globo. Queda prohibido ingerir nada desde que sale hasta su puesta. Y al caer la noche... el festín. Las familias se reunirán bajo la luna, sacarán platos riquísimos. Comerán hasta hartarse, diciéndole al cuerpo que siguen allí. La carne se honra en la oscuridad, estómagos que son luna creciente; el espíritu, bajo la luz del día.

Dicen que es una forma de detenerse en este mundo de caravanas de bitcoins, de pararse a pensar y meditar, un momento para recordar la revelación del Corán en la Noche del Poder (Laylat Al Qadar) de aquel lejano año del 610 d. C. Dicen que es buscar en lo más íntimo al Creador, encontrar su semilla en el corazón del creyente.

Es curioso esto del ayuno... Porque hubo un tiempo en que los cristianos también ayunaban y lo hacían en una festividad que está igualmente próxima por capricho lunar, la Cuaresma. Ellos seguían la máxima de que Jesucristo lo hizo (imitación del Dios): pasó por el desierto, cuarenta días duros y sedientos, allí conoció al Demonio y su poder, este le ofreció tierras y riquezas, el gobierno de la carne y los deseos, el exceso. Ser Yung Beef lanzando estúpidos billetes en la Gran Vía, Elon Musk camino de Marte...

Pero Jesús prefirió pasar hambre, no claudicó (a pesar, es de suponer, de que dudaba en ese momento si en verdad era el hijo de Dios). Venció en el desierto y más tarde sería crucificado, y los creyentes usarán el ayuno para recordarlo o como penitencia, o como manera de orar sin palabras.

Privarse de alimentos para conseguir determinados fines es una gimnasia digamos que antigua. Estas no son las únicas religiones que ayunan. La idea es que si castigas la carne premias al espíritu o que el sacrificio es justo en determinados momentos del calendario vital. La privación es para ellos la máxima intimidad, como desvestir el alma de su piel animal. ¿Y a qué huelen las almas?

En India, por ejemplo, tanto hinduismo como budismo lo practican, aparece en las Upanishads o el Mahabharata, textos fundamentales. Los judíos ayunan también en el Yom Kipur (marca el final del calendario sagrado), en el día de la Expiación (y expían sin comer o lavarse y sin fornicio).

Están documentados ritos similares entre las tribus de América y en la Antigua Grecia (aparece en la Ilíada y La Odisea de Homero). Cuando los discípulos de Sócrates le preguntaban que por qué ayunaba, él respondía que así descubría las cosas que no necesitaba.

Fue un precursor del austero estoicismo (tan de moda hoy por el fracaso de la socialdemocracia) y de su amor por la templanza, y del cristianismo más duro y salvaje del eremita (eremita viene de erēmía, desierto, en griego). Para los griegos era un acto místico y filosófico. El ayuno y el desierto se llevan bien. El ayuno es el desierto de las células.

También ha sido utilizado en rituales funerarios y durante los lutos, o como paso de iniciación a los misterios (todavía hoy se practica en la selva antes de una toma de ayahuasca), o como acto previo a sangrientas batallas (si las tripas salen, mejor que estén limpias). Aparece como protesta en cárceles y como acción contra regímenes tiránicos: un 'sobre mi hambre mando yo', la máxima expresión del poder.

Judíos, cristianos y musulmanes ayunan y lo hacen en festividades marcadas por el calendario lunar. Todos buscan una conexión y un fortalecimiento, una suerte de limpieza y un encuentro con lo inmaterial. Aspiran a la trascendencia y al poder transformador de la voluntad diciéndole al cuerpo que no. Modifican neurotransmisores y así ayudan a lo sagrado a manifestarse (el dios está a un paso de una dosis de serotonina).

Y sigue siendo curioso... porque esta idea del ayuno y de la pureza ha reptado como la cascabel que tienta en el desierto hasta estos días tan materialistas e intrascendentes. Hemos olvidado que la vida, los pajarillos y las flores, son sagrados. Que este planeta también lo es. Pero hablamos mucho del ayuno intermitente, del ayuno de días alternos, del ayuno 5/2 ("el preferido de los actores"), del 14/10, 16/8... (según las horas que estés sin comer).

Se dice de él, igualmente, que obra milagros: previene el Alzheimer, el asma, los accidentes cardiovasculares, vence al tiempo al retrasar la vejez. Aparecen de nuevo palabras bíblicas en boca de endocrinos: glucogénesis (proceso metabólico que se activa durante el ayuno). Se dice que es una forma de perder peso, que nuestras células comienzan un saludable proceso de canibalismo (autofagia, células anacoretas, penitentes). Al faltarles material, empiezan a comerse las partes sobrantes y normalmente averiadas, otra clase de limpieza...

Nutricionistas y endocrinos discuten en los concilios si de verdad ayunar puede ser tan positivo o si no estaremos en medio de otro suflé nutricional. Advierten que no vale para todo el mundo, y que según la situación personal puede ser hasta peligroso.

Hay estudios científicos que parecen avalarlo frente al síndrome metabólico y distintas enfermedades; otros, en cambio, dicen que podría dañar el páncreas. De momento no hay evidencia sólida: la nutrición es una religión en construcción.

Se habla que los beneficios están relacionados con la cronobiología, con el sistema que regula los ritmos circadianos (otra vez el tiempo, el sol y la noche). Algunas teorías deslizan que nuestro organismo de cazador-recolector estaría mejor adaptado a este sistema, pues creció en una sabana en la que había días de abundancia y otros de escasez. Quién sabe... Ya dirán los concilios y las evidencias.

Lo único claro es que el ayuno sigue siendo un poderoso arquetipo, una dimensión corporal y mental que subyuga a los humanos desde el ascetismo a la plétora de los carbohidratos.

Un arma espiritual y corporal, un escultor filosófico que con la abstinencia desea moldear su obra. Es el deseo del antideseo. Sobre todo, una promesa: no comerte ese bistec o el plato de lentejas esconde un secreto, ya sea una escalera que conduce al Reino o el brillante cutis del viejoven.

Y ahora mismo, bajo esa promesa, hay gente con baja glucosa, soñando con cigarrillos o con hacer el amor.

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