Pato confinado

Bisfenol A: un plástico ubicuo que es un riesgo para la salud

Latas conserva.
Las latas de conserva contienen un film protector hecho con bisfenol A. Foto: Alex S. en Pixabay.

Reaparece periódicamente en los titulares como una sequía o un aviso: un cuidado con él. La última llamada de alerta ha sido de hace unos días, emitida el 19 de abril por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).

Tiene nombre de producto farmacéutico, de jarabe para el resfriado: bisfenol A (BPA). Y es una sustancia química industrial que goza del don divino de la omnipresencia o ubicuidad.

Cada vez más proscrito, se usa para hacer plásticos resistentes (policarbonato) y resinas. Y llega a nosotros, al organismo, a las células, a través de los envases de comida. No hace nada bueno allí, según los estudios y las conclusiones a las que se ha llegado.

Es uno de esos compuestos que preocupan desde hace años a la comunidad científica y a la opinión pública, porque, como otros plásticos igualmente bajo sospecha, está en constante contacto con los humanos. Hemos plastificado gónadas y océanos, juguetes y esperanzas.

Presente en envases, en algunos tuppers, en el film protector de latas de bebidas o de conserva, en cañerías y en algunos dispensadores de agua grandes, como los habituales en las oficinas y empresas, o en botellas reutilizables.

En 1957, los químicos de Bayer y General Electric se dieron cuenta de que podría ser un sustituto del hierro y el acero, y la industria recibió con los brazos abiertos a este nuevo material barato que está hoy en entredicho. Se disparó su uso a partir de los años setenta.

Aunque ha habido discusión científica acerca de su toxicidad, cada vez tenemos más pruebas de que este material se cuela poco a poco, migra, dicen los científicos, al organismo, poniendo en riesgo, o al menos amenazando, con el paso del tiempo y la acumulación, al sistema hormonal, entre otros efectos nocivos para la salud.

Preocupa porque afecta especialmente en la infancia, al desarrollo neuroconductual de los niños, y también porque se han encontrado vínculos con algunos tipos de cáncer (próstata, mama, tiroides), y otras enfermedades no transmisibles.

Se han encontrado cantidades de esta sustancia en la orina de las embarazadas, pudiendo afectar al feto con problemas pulmonares o neuronales. Un estudio realizado por Instituto de Salud Global de Barcelona, que analizó a 2.685 personas, encontró bisfenol A en el 79% de las mujeres encinta.

Ya hay países en la Unión Europa, como Francia y Dinamarca, que han prohibido su utilización en los envases de alimentos. En España se lleva pidiendo este veto desde al menos 2013, y se ha conseguido finalmente a través de la Ley de Residuos, que tiene efectos desde este mismo año, tras un agitado tramite parlamentario que casi logró esquivar el veto.

Las evidencias, sin embargo, parecen sólidas. Año tras año, los datos van reforzando la idea de una sospecha: el bisfenol A, plástico de nombre viscoso, transparente y rígido, es potencialmente tóxico para la salud y un "motivo de inquietud", según las autoridades europeas; no parecen, sin embargo, decididas a prohibirlo completamente por el momento (solo recomiendan disminuir su ingesta, como si fuera la sal).

La sospecha no es nueva. A golpe de reglamento, hemos ido retirándolo poco a poco de algunos productos críticos, pero ahí sigue, en la botella reutilizable y en las latas de conserva, y la precaución no ha cesado, más bien se va incrementando con el tiempo, especialmente por sus efectos en el complejo sistema inmunitario.

Se prohibió, por ejemplo, en 2011 en los biberones, y cada cierto tiempo ocupa de nuevo los titulares, como si fuera un mal que no sabemos gestionar, qué hacer con él. Su ubicuidad, los intereses económicos, y la falta de otros sustitutos que no presenten los mismos problemas, complica la solución de este rompecabezas. No basta con retirarlo si luego se utilizan en su lugar otros productos igualmente complicados.

Nuevos datos

Las últimas noticias son de esta semana. La EFSA ha publicado un nuevo dictamen, que se estaba cociendo desde 2021, tras un estudio exhaustivo de varios años sometido a consultas públicas y análisis de expertos (ya llevan unos cuantos con esta sustancia, revisan su peligrosidad en función de los nuevos datos). Y este es el título y conclusión que nos acaba de llegar de la EFSA: "El bisfenol A en los alimentos constituye un riesgo para la salud".

Por esta razón, la agencia europea acaba de bajar eso que llaman el umbral, la ingesta diaria máxima tolerable de este plástico. Ahora es 20.000 veces inferior de lo que se había considerado seguro. Actualmente es de 0,2 nanogramos (2 mil millonésimas de gramo) por kilogramo de peso corporal al día, en sustitución de los 4 microgramos anteriores. Una bajada considerable.

Eso quiere decir que estamos más expuestos de lo que pensábamos. Y aunque esté presente en los CD y DVD, en las carcasas de los ordenadores, en las fundas de las gafas, en la tapicería de los coches, en los tickets de compra, y hasta en los patitos de goma, es a través de los alimentos y de los líquidos como puede ser más perjudicial, pues, aunque sea en pequeñas cantidades, va migrando a través de ellos al organismo. Alrededor del 99% de la exposición a esta sustancia proviene de la ruta digestiva, con poco margen para la ruta inhalatoria y dermal, según los científicos.

Los datos que lo atestiguan parten de investigaciones en animales y estudios observacionales en humanos, muchos de ellos, más de ochocientos, publicados entre 2013 y 2018. Llevamos décadas investigando, con estudios de carácter público y también privado. Estos últimos, a cargo muchas veces de las empresas que lo fabrican, tienen resultados normalmente más beneficiosos para el bisfenol A.

Se ha encontrado relación con la alteración de los linfocitos T (células T-helper) que ejercen un importante papel en el sistema inmune, pudiendo propiciar enfermedades autoinmunes e inflamación alérgica pulmonar, según los datos analizados por la EFSA. Es además un disruptor endocrino (se discute si fuerte o débil), pudiendo tener efectos en el sistema reproductivo y la fertilidad, y en el sistema metabólico y hormonal.

Se sospecha que puede afectar a la glándula tiroides, interfiere en las hormonas sexuales femeninas. Se han descrito a su vez trastornos de neurodesarrollo en los niños (por eso se prohibió en los biberones) y vínculos con la obesidad y la diabetes.

La EFSA concluye que las personas de todos los grupos de edad con una exposición media y elevada superan la nueva cantidad tolerable. Aunque reconoce que las restricciones implementadas en 2015 habrán reducido la ingesta de la población, dicen que nos "manejamos en un escenario cauteloso", y que además hay distintos factores que pueden influir en el riesgo global, como "el estrés en el cuerpo humano, la genética y la nutrición".

Es posible que muchos de nosotros hayamos estado expuestos a niveles superiores a los hoy recomendados. Esta es la razón por la que los expertos piden a la Comisión Europea que se adopten nuevas medidas teniendo en cuenta las evidencias. Reducir la ingesta diaria pasa sobre todo por retirar este material de los envases de comida diarios. Esperemos, por tanto, que la Ley de Residuos se cumpla.

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