El repartidor de periódicos

Periódicos de bar

Leo mucho en la prensa de estos días expertas proyecciones sobre cuándo y cómo van a volver a abrir los bares. Casi todos los exégetas coinciden en que tomaremos la copa o el menú con un mínimo de 1,5 metros de distancia, lo que es como tomarla cada uno en su salón. ¿Gritaremos más o hablaremos menos? No habrá tapas compartidas, y a lo peor hasta obligan a los camareros a vestirse con EPIs. Las parejas no se cogerán de la mano. Mamparas plásticas nos impedirán cotillear lo que lee un perfil enigmático en la mesa de al lado. La limpieza siempre será fluorescente y el pianista borracho ya nunca volverá a toser.

Todo esto es terrible y de todo esto se ha escrito y hasta adjetivado mucho. ¿Pero qué será de los periódicos de los bares? De los periódicos de los bares nadie escribe. Son los más humildes olvidados de la pandemia.

No se trata solo de romanticismo premillenial. De añoranzas del papiro. Es el mercado, amigos, y la cantidad de suscripciones de bares que han perdido nuestros periódicos con el confinamiento es un palo para su supervivencia.

El daño es permanente, pues ya nadie volverá a compartir un periódico de bar. Demasiados microbios. Malo para los empresarios de la comunicación, malo para los periodistas, malo para los gorrones de crucigramas, malo para los bares, malo para los lectores. Pero, sobre todo, malo para los publicistas, pues un anuncio de periódico de bar se difunde doscientas veces, no como el del respetable comprador que lo lleva bajo el brazo y lo arroja impoluto en el cubo de la basura de su impoluta cocina a la mañana siguiente.

En todo caso, un no muy alto número de compradores y suscriptores personificó otra admirable figura que ilustra la importancia cultural de los periódicos de bar en aquellos tiempos remotos de antes del coronavirus.

Era gente entre elegante y bohemia, lo que abarca casi todas las inagotables formas de elegancia y de bohemia. Traían su periódico, pedían un desayuno, leían y tú los observabas. Después cerraban el periódico, lo hacían a un lado, se levantaban de la mesa e iban hacia la barra para pagar. Tú te levantabas vorazmente, cogías su periódico doblado y corrías: "Se ha olvidado su periódico". Entonces, no sin una sonrisa ni sin cierta displicencia, te devolvían un aire de mano para que te quedaras su periódico, como si no valiera nada. Y el periódico aquel, que había nacido tan elitista, se convertía en un periódico de bar. Esos samaritanos del periodismo de bar también se han perdido para siempre.

El periódico de bar era uno de los últimos vestigios de la dignificación popular de la cultura, de la información. Por mucho que nos desinformaran los viejos periódicos. Un periódico de bar siempre es un arma incitadora de discusiones, de dialéctica; un punto de encuentro de ideas, grasas, huellas, callos y tenedores. Yo no sé cómo vamos a vivir los currelas si nunca más va a haber periódicos de bar. Si nunca más volvemos a encontrar una misteriosa suma muy bien caligrafiada por alguien desconocido en la esquina de la página de las esquelas.

 

 

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