¿Tendrá futuro la UE?

Sólo que ni Macron ni Merkel tienen ya dragones

Sin dragones, Daneyris no hubiera llegado muy lejos, fueron una ayudita más que razonable en general y que, además de salvar varias situaciones complicadas para la Khaleesi de los Dothrakis, le otorgaban un poder adicional que generaba una posición dominante inestimable.

En el juego de tronos de las instituciones europeas, la última cumbre celebrada en Bruselas (30 junio-2 de julio) ha puesto de manifiesto un cambio notable en los equilibrios de poder y refuerza las diversas fracturas que trazan el camino de los próximos años en la Unión Europea. Pero nadie tiene ya dragones amenazantes que intimiden a los demás adversarios, ese es el cambio tectónico que se está produciendo en las instituciones europeas. Ni la economía Alemana, ni el poder nuclear francés, ni la centralidad de ambos países en el concierto europeo son suficientes ya para imponer soluciones sin el concurso de otros países y actores políticos en un escenario policéntrico y multidimensional.

Aparentemente, todo el mundo puede argumentar haber ganado algo en la batalla de los top jobs de la UE: los progresistas porque se quitaron de en medio a Manfred Weber, el líder de los conservadores europeos en la eurocámara, tan amable con Orban como irrelevante en términos políticos; los países del este y los conservadores por que no solo han impedido que Frans Timmermans, el candidato socialista y vicepresidente de la Comisión, sea el nuevo líder de la Comisión, sino que han impuesto a una conservadora al timón del órgano más importante en la estructura supranacional de la UE, la ministra alemana de defensa Ursula von der Leyen.

Los países pequeños tienen a un representante en la Presidencia del Consejo, el liberal Charles Michel, belga y protagonista de un gobierno muy contestado socialmente y que ha sufrido un importante varapalo electoral.

Los países grandes tienen a alguien propio a la cabeza de la Comisión, del Banco Central Europeo, de la Presidencia del Parlamento y de los Asuntos Exteriores de la Unión. Las familias políticas mayoritarias tienen puestos acordes con su importancia, más o menos y ha funcionado un cordón sanitario que ha laminado las opciones de las fuerzas de extrema derecha en el Parlamento europeo.

Aparentemente también, hay victorias en la trastienda que permitieron hacer más asumibles las horas sin dormir en la cumbre europea. Macron ha asestado un golpe demoledor a la idea del spitzenkandidaten, una propuesta muy del gusto alemán y de la Comisión que formalizaba y hacía más transparente la designación del jefe del gobierno de la Unión. Alemania mantiene las bridas de la Comisión en cualquier caso con una candidata igualmente conservadora. Y España y otros países pueden decir que se libran de tener un candidato alemán al frente del Banco Central Europeo, habida cuenta de que la presidencia de esta institución –con todas las pertinentes críticas a realizar- ha sido un respiro para las frágiles y precarias economías de los países del sur. Los países del Este pueden argumentar que han impedido que su bestia negra –Timmermans- dirigiera la Comisión y favorecen una candidata que será más comprensiva con las democracias iliberales del Centro de Europa. Y España, en particular, recupera peso y presencia en las instituciones europeas después de años de desidia y abandono.

¿Han ganado todos? ¿Esto es todo lo que se puede contar? Este es, a mi juicio, un relato donde sólo la intriga y los intereses nacionales parecen jugar un papel explicativo suficiente. En mi opinión, sin embargo, esta cumbre pone de relieve los conflictos de fondo que vienen produciéndose en el proceso de integración y que están configurando la construcción europea y lo harán con más intensidad en el próximo futuro.

En lo que hace a los intereses nacionales, esta cumbre muestra que ni Alemania ni Francia ni España juntas pueden ya marcar el paso sin el concurso de otros. Los países de Visegrado han hecho valer su interés nacional con un resultado exitoso a juzgar por los resultados. En esta nueva configuración puede haber aliados circunstanciales, Italia en este caso, pero la dinámica es crecientemente policéntrica y multidimensional. Es decir, incorpora intereses que deben considerar diferentes locus de poder, que, además, se manifiestan en diferentes ámbitos institucionales pero que, todos ellos, interactúan, necesariamente.

A esta dinámica se suman nuevos actores con creciente peso en la vida política europea: los grupos políticos de la eurocámara. Fue la revuelta del Grupo Popular Europeo en el Parlamento la que abortó el reparto de poder inicialmente acordado entre varios países a la salida de la Cumbre del G20 en Osaka. La confluencia ideológica y nacional en este caso produjo una alteración sustantiva en el resultado inicialmente previsto. Este es un indicador de la creciente politización de la vida institucional en el Parlamento y un reflejo de la polarización creciente en nuestras sociedades. Esta dinámica es incremental y estará más presente en los próximos años y advierte, a las fuerzas políticas nacionales, de los riesgos de convertirse en fuerza marginal en el contexto europeo.

En esta confluencia de valorización de la política, Macron ha salido beneficiado. Por eso ha podido parecer que su objetivo era dinamitar el proceso de spitzenkandidaten cuando se trataba, claramente, de una pieza menor. El objetivo mayor, y conseguido, ha sido revalorizar la política y la institución que cumple ese papel en la singular arquitectura política de la Unión: el Consejo Europeo. Esta ha sido una vieja querencia de Francia desde los tiempos de De Gaulle y Macron se ha empeñado a fondo para preservar ese espacio contingente, de deliberación y no sujeto a más reglas que las circunstancias.

A cambio de esta pieza cobrada por Francia, en connivencia con la lógica de los países de la Europa Central y Oriental más Italia, Alemania se asegura que no habrá veleidades en la política económica y que las políticas de control del gasto público y ajustes estructurales se mantendrá en la próxima legislatura. La condición "francesa" de Christinne Lagarde, la próxima Directora del Banco Central Europeo, es menos relevante que su defensa de la ortodoxia económica, tan del gusto alemán.

En esta nueva dinámica, el Parlamento Europeo, puede convertirse en una institución con una elevada capacidad de negociación política. Puede, por ejemplo, no ratificar la candidatura de Von der Leyen quebrando el equilibrio de acuerdos cruzados que ha dado como resultado el reparto de poder conocido. Y poniendo en valor el lado de la "representación" política en el prisma de poder que define a las instituciones europeas.

Hay razones más que sobradas para oponerse a la candidatura de Ursula Von der Leyen. A juicio del expresidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, "es la ministra más débil del gabinete alemán, lo que, aparentemente, parece suficiente para ser Presidenta de la Comisión Europea". Por lo que se dice en la prensa alemana, además de las críticas a la actual ministra por la situación (catastrófica) del Bundeswehr (ejército alemán), von der Leyen también se enfrenta a una investigación sobre presuntas irregularidades relacionadas con el uso de consultores externos, incluidos Accenture y McKinsey.

La UE, su dinámica, sus instituciones, sus diferentes legitimidades en concurso, se han convertido en una nueva arena política. Un sistema político con una elevada capacidad decisional y que toma decisiones relevantes para la vida política de la ciudadanía. Un espacio al que no se puede seguir considerando, por parte de la izquierda, como irrelevante, secundario, irreformable o las tres cosas a la vez.

El ascenso de la extrema derecha se ha logrado, en parte, europeizando el discurso nacional, construyendo una narrativa en la que la UE juega un papel central. Esta es una enseñanza que no deberíamos olvidar. Sin política europea no es posible, ya, conseguir una narrativa en condiciones de suscitar el apoyo de mayorías.

La otra lección es que ya nadie puede poner encima de la mesa el poder disuasorio de los dragones. La política, que se pretendió expulsar por la ventana en el proceso de construcción europeo, ha recuperado su lugar, entrando por la puerta principal.

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