Antes de las elecciones del 23J, en Catalunya hubo sectores que promovieron un voto de castigo a los partidos independentistas (votando nulo o blanco o no votando) para comprometerlos más decididamente en la lucha por la independencia.
Sea por la eficacia directa de esta campaña y/o por el estado de ánimo de una buena parte de las bases independentistas, lo cierto es que: ERC perdió casi la mitad de sus votos de 2011 y 6 diputados; Junts (ya desligados de su anterior socio, PDCat, hundido ahora con menos del 1% de los votos) casi salvó los trastos perdiendo tan solo un escaño y unos 150.000 votos, de tal manera que con sus siete diputados iguala los de Junqueras y se convierte en el árbitro de la partida ; y la CUP se quedó con el 40% de los votantes de cuatro años atrás y sin sus dos escaños.
En definitiva, y fuere por lo que fuere y cómo fuere, estos tres partidos perdieron en su conjunto 700.000 votantes; una cifra tan espectacular que ha propiciado un relato en el que el retroceso no es de los tres partidos en cuestión, sino del independentismo en su conjunto, cosa que, bien mirada, no es lo mismo. En cualquier caso, los interesados en este relato están sacando buenos rendimientos de ello, en el interior y en el exterior; aunque hay quien no lo valora en demasía.
¿Y qué hubiera sucedido si el millón que sí acudió a las urnas, no lo hubiera hecho? Si toda esta "minoría en vías de extinción" de Felipe González (según la RAE uno de sus sinónimos es "exterminio" - gracias, Freud), se hubiera quedado en casa, sus 14 escaños actuales, se hubieran repartido entre los restantes partidos. ¿De qué modo? ¿A quién hubiera beneficiado estratégicamente?
En la provincia de Barcelona, de los siete escaños de ERC y Junts, tres hubieran ido a parar a manos del PSC, dos a Sumar, uno al PP y otro a Vox. De los tres de Girona, dos habrían ido al PSC y otro al PP. Los dos de Lleida, también se hubieran repartido entre el PSC y el PP. Por último, los dos de Tarragona, habrían sido para PSC y Vox.
En definitiva, PSC y Sumar añadiendo nueve diputados más, hubieran aumentado su victoria en Catalunya; pero los 3 y 2 añadidos, respectivamente por PP y Vox, les alcanzaría para sumar los 176 en el Congreso que harían presidente a Núñez Feijóo por mayoría absoluta y en primera votación el día 27 de septiembre. Realmente, paradójico.
Y es que la situación no puede ser más paradójica. La derecha tenía la victoria cantada ocho días antes de las votaciones. Perdieron por sus propios errores, fruto de la prepotencia y arrogancia de los populares al negar la participación de su candidato en el segundo debate y permitiendo que la representación de la derecha estuviera en manos de un extremista desbocado como Abascal. Cientos de miles de personas se asustaron de verdad. Un aroma muy parecido al de la derrota inesperada de Mariano Rajoy ante Rodríguez Zapatero, fruto de los embustes del gobierno Aznar sobre la autoría del atentado de Atocha apenas unos pocos días antes de las elecciones de 2004.
Todo tan paradójico como lo es la posición de arbitraje o bloqueo que las urnas han acabado otorgando a Junts y a su líder, exiliado y perseguido por las autoridades españolas, Carles Puigdemont. Y de rebote, ERC, que postulaba un apoyo "barato" y por descontado a un nuevo gobierno progresista de Sánchez, se ha visto obligado por el político de Waterloo, a aumentar sus condiciones.
Como consecuencia de todo ello, circulan muy diversas interpretaciones de lo que está sucediendo y de lo que pueda suceder. Una de ellas da por supuesto que todo está ya pactado, lo que para unos incluiría la amnistía y para otros también la ruptura de España; la extrema derecha vocea esta o muy parecidas lecturas.
Por otra parte, son frecuentes las opiniones publicadas que valoran positivamente que Puigdemont, al que hasta ahora menospreciaban y vilipendiaban, haya cambiado de carril y que se avenga, por fin, al pragmatismo y a la vía de las negociaciones para apoyar la investidura de Pedro Sánchez; algunos no se privan de sugerir que todo es con el objetivo de salvar ante todo su situación personal.
Una tercera línea de interpretación subraya que la conferencia de Puigdemont el pasado 5 de septiembre en Bruselas ponía tres condiciones previas para sentarse a negociar la investidura de Pedro Sánchez. Nada más, pero nada menos. Porque nada se anticipó de las condiciones para la investidura. En este contexto, destaca una referencia introductoria durante la conferencia a la necesidad de un "compromiso histórico".
El periodista Enric Juliana la asocia con Gramsci y el "compromiso histórico" en Italia entre el líder comunista Enrico Berlinguer y el democratacristiano Aldo Moro (a propuesta del primero y que, por cierto, terminó con el asesinato del segundo). Para otros, el compromiso histórico que propone Carles Puigdemont, expresamente vinculado por él al 11 de septiembre de 1714 y al Decreto de Nova Planta que abolió las constituciones catalanas que regían en el Estado de los Austrias (al que muchos historiadores califican de Estado Compuesto) podría estar sugiriendo un acuerdo confederal (también insinuado por el lendakari Urkullu recientemente). Además, aunque puede haber aún más interpretaciones en circulación, se especula con la idea de que este compromiso podría ser el equivalente a los Acuerdos de Viernes Santo alcanzado por la República de Irlanda, el Sinn Féin, los unionistas del Ulster y el gobierno británico de Tony Blair, y con la mediación del estadounidense George Mitchell, y que fueron refrendados en sendos referéndums en la República de Irlanda y el pueblo de Irlanda del Norte.
Estaremos atentos.
22 de septiembre de 2023
Ricardo Romero de Tejada
Comentarios
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