Rosas y espinas

Hay vida inteligente, Pantoja

 

Andaba yo estos días preocupado con el tema de si habrá vida inteligente en el planeta Tierra, y más concretamente en el lugar España, cuando el arranque del juicio contra Isabel Pantoja vino a esperanzarme cual ruiseñor canoro en un alféizar de abril.

Hay vida inteligente, Pantoja

Mi desasosiego provenía de la contemplación de una página web, Club Adelante, que propone colgarse en la solapa un lacito rojo con lunares blancos que representa el apoyo a la tonadillera frente al acoso judicial: "Como siempre con la cabeza levantada y odios sordos a esos que se empeñan por ser jueces sin estudios. ¡¡Te queremos!! y adelante", escriben las grouppies. Y lo de "odios sordos" no es errata.

Uno ha visto en estos años, con cierto escepticismo, muchos lacitos de solapa, contra el maltrato, el sida, el terrorismo etarra o el cáncer. Pero ni en la más delirante borrachera lisérgica hubiera imaginado yo un lacito rojo de lunares para defender el honor de una presunta reina de la copla y delincuente.

Conociendo mi país, me lancé a los caminos temiendo encontrar a la ciudadanía unánime adornada con el lacito pantojil. Cuál sería mi sorpresa cuando no encontré ninguno. Recuperé así la fe en la subespecie española y regresé a la calidez anónima de un bar.

En las dos sesiones que llevamos del juicio a la Pantoja, tampoco se han agolpado multitudes a las puertas del juzgado malagueño, con o sin lacito de lunares. Esta desafección hacia la diva, hacia la folclórica, hacia la viuda torera, es cosa novedosa en la siempre panderetera España. Hasta hace pocos años, como pasó con Lola Flores, media España folclórica hubiera colapsado los juzgados, vocinglera y con lacitos, esperando ver a la diva salir absuelta y cantando Ahora me ha tocao a mí. ¿Qué ha pasado?

Hay vida inteligente, Pantoja

Quizá sea mucho aventurar, o poco desventurar, pero ver a la Pantoja huérfana de populismo, solita en su vía crucis judicial, cantando las coplas de su inocencia muerta desde el banquillo y ante un desapasionado público togado que no da palmas, hace pensar que quizá el país esté cambiando con la crisis, esté madurando, se esté desfolclorizando y se esté volviendo inteligente a base de leer solo noticias de gore económico.

Ya hasta la derecha blanda, otrora tan connivente, denuncia alguna corrupción. Incluso Juan Guerra ha asimilado que un rojo corrupto no es más que otro señor de derechas. Y la fiscalía, la mismísima fiscalía, ha empezado a actuar contra los choribanqueros de Bankia y de las cajas gallegas, con lo ciega que ha sido siempre la fiscalía a la hora de fijarse en los latrocinios de nuestros oligarcas.

Hace cinco años, cuando la crisis aun parecía de juguete, los españoles seguían el juicio a la Pantoja, la entrada al calabozo, las fianzas y libertades condicionales, como un capítulo más de Dinastía o Falcon Crest, con su sexo, sus millones, sus farlopas, sus peinados excesivos y con el niño Paquirrín. Era como un reality-remake de Yo soy esa, con la diferencia de que la entrada al espectáculo era gratis y podías tocar a la artista principal a la puerta del juzgado. Qué bien trabaja.

Han pasado cinco años como siglos desde entonces, y la crisis nos ha obligado a devolverle al banco aquellos faralaes en dación, con lo que nos hemos dado cuenta de que los chorizos son la raíz de nuestra miseria, y de que deben estar en la cárcel por muy bien que nos entonen la Embrujá por tu queré. Así que hemos dejado a la Pantoja que se las apañe solita.

La Pantoja, a quien sospecho lectora voraz del Tractatus lógico-philosophicus de Wittgenstein, en lugar de buscar apoyo en el renegado pueblo español, ha vuelto la vista al cielo pensando que "allí donde están las fronteras de mi lengua, están los límites de mi mundo". Y los límites del mundo y de la lengua de una reina, aunque sea de la copla, no podían aceptar menos cénit que la monarquía: "Yo, como la infanta Cristina, no sabía de dónde venían los cuartos". Y al oírlo me he enganchado en el pecho desnudo el lacito rojo de lunares pro-Pantoja, porque en esto la Pantoja sí que lleva toíta entera la razón. Vaya lacito.

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