Rosas y espinas

La tragedia de Alejandro Agag

 

La tragedia de Alejandro AgagHan llegado a Guadalmina en silencio. Se les sabe enemigos de las pompas, boatos y vanidades humanas. El malediciente couché ha aireado que están en Marbella de vacaciones. Falacia infame. La verdad es que, como tantos otros jóvenes españoles, la crisis ha abocado al matrimonio Agag/Aznar a retornar a la casa de sus padres. Concretamente, a un chabolito arrabalero del suegro José María Aznar.

Llegaron quizá de noche. Con el destartalado automóvil atestado de maletas y de niños, con la baca reventona de bultos y unos viejos muebles, recuerdo de familia, que Anita se negó a abandonar en el hogar desangelado de Kensington. Bártulos atados al techo con cuerdas de diferentes colores, como si las hubieran cogido a toda velocidad de la basura, hacían pensar que el coche se preparaba para cruzar el Estrecho, rumbo a la desaseada África.

Alejandro Agag, desafeitado de fatiga y al volante, intentaba sonreír. Había conducido desde Nueva York sin apenas detenerse. Con escala en Londres para rescatar los muebles de Ana en el recoleto pisito de Chelsea. Aquel pisito tan lleno de amor y humildes orquídeas silvestres cogidas en Hyde Park.

En el asiento de atrás, dormían los cuatro niños, aun ajenos a la tragedia, cubiertos con mantas de cachemire y juguetes rotos. Vestigios de una antigua forma de vida.

La Urbanización Guadalmina, destino de la desafortunada familia, se halla en los procelosos arrabales de Marbella. A diez quilómetros a pie. Allí adquirió hace años José María Aznar un modesto chalecito de 500 metros, cuya única enseña de distinción es una enorme bandera española que ondea aunque no sople viento. A unos pasos del pendón, la pequeña alberca del abuelo, que sin duda hará las delicias de Alejandrito, Rodrigo, Pelayo y Alonso, gloriosos nombres guerreros para tan desolada genealogía.

La alberca será un alivio para la joven pareja, dado que la barriada Guadalmina no es nada segura para soltar a los niños. No es que exista violencia, pero los niños, en su alocado albedrío, pueden caer víctimas del mal ejemplo.

La tragedia de Alejandro Agag

En Guadalmina conviven desde honradas familias venidas a menos por tristes circunstancias, como los Agag, a presuntos delincuentes, ex delincuentes convictos, desheredados, exiliados... Un lumpen infra-proletariat que apenas se relaciona con la sociedad común. La gente prefiere mirar hacia otro lado. Ni siquiera las ONG se aventuran.

Los ingresos medios del barrio son muy escasos, como demuestra el hecho de que la mayoría de los vecinos de Guadalmina apenas declara al Fisco. Guadalmina es el limbo fiscal de la marginación. El abandono moral entre Pinto y Delaware. La soledad del caimán en su isla.

Entre los personajes que por aquellos páramos deambulan podríamos citar a Ignacio González, alias El Chino, a quien se le investigaron un viaje a Colombia y un chabolo bajo sospecha de cosa turbia inmobiliaria con guita en negro, y del que se murmura en el barrio que es vicepresidente de la comunidad de Madrid. Vaya usted a saber, con esta cuadrilla.

También pasea su finura por los predios del poblao de Guadalmina un tal Luis Bárcenas, alias Luis el Cabrón, imputado, desimputado y vuelto a imputar en una trama de dinero negro, jueces amigos, financiación ilegal, corrupción política, paraísos fiscales...

Y otros querubines.

La tragedia de Alejandro Agag

Pero no todo es miseria y marginalidad en Guadalmina. Los intrépidos vecinos, a pesar de la penuria económica, han hecho un esfuerzo para lavarle la cara a la inmundicia del entorno. Aprovechando las verdes y húmedas praderas que inundan y dan personalidad al sur español, pastizal de Europa, han tirado de ingenio y se han labrado allí un bellísimo y coqueto campo de golf.

Como todos ustedes saben, el golf es uno de los deportes más populares entre nuestros pobres de pedir, ya que solo se necesita para su ejercicio un agujero en el campo, un palo y una pelota. Unicamente es superado en sencillez por el gua, que no precisa de palo.

Sin duda Alejandro Agag se pregunta cómo ha llegado hasta allí, a vivir de la caridad de su suegro en un chalet de prestado. Él, que estudió brillantemente Económicas en el CUNEF, animó las Nuevas Generaciones populares, fue ayudante de un presidente de gobierno, se casó con la hija del jefe y hasta posee la académica distinción de que su nombre figure en la contabilidad B de la trama Gürtel. Ya le gustaría a muchos piezas.

Algún día, los responsables de la situación a la que se ven abocados en España tantos jóvenes universitarios y emprendedores, como Alejandro y Anita, pagarán por lo que han hecho. Si en verdad existe Snoopy, algún día pagarán.

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