Rosas y espinas

Oprimidos o reprimidos

 

Se celebra a partir de mañana en el Ateneo de Madrid un Congreso Internacional contra la Represión. O sea, contras las hostias que los ciudadanos recibimos cuando protestamos porque los partidos incumplen delictivamente sus programas, cuando nos obligan a pagar a punta de pistola las deudas de unos banqueros millonarios e ineptos que no supieron invertir, cuando nos arrebatan la educación, la sanidad y la justicia, o cuando nos han robado el piso y el futuro con engaño, hijoputez y dolo.

En resumen. Que el ciudadano de bien, frente a la violencia y el crimen organizado gubernamental y empresarial, monta un congreso, una tertulia, una conferencia, un ágora. Muy civilizado. A mí me parece fabuloso este congreso impulsado por la ONG Igualdad Animal, y lo apoyo y respeto con toda mi alma de cántaro. Pero mi alma de cátaro, la otra, me lleva a pensar que tantas palabras, tantas hermosas intenciones, tanta asamblea, tanto monólogo (ellos no escuchan), tanta buena leche ya empieza a ser un runrún que ni siquiera desvela el dulce sueño de la oligarquía esclavizadora. Cuando el opresor se siente tan cómodo viendo a la multitud que protesta detrás del cristal blindado, quizás haya llegado el momento de romper el cristal blindado.

Me parece sutilmente paradójico que sean estos cristianos los que nos envíen a sus feroces antidisturbios, y que seamos siempre los ateos los que pongamos la otra mejilla. En la Biblia no venía así.

Tal vez algún juez considere mis palabras incitación a la violencia, y yo no se lo voy a negar porque no soy quién para juzgarme. Pero creo que nuestra sociedad ya está obligada a considerar su derecho a la legítima defensa. Dejarse pegar para nada es fomentar la estupidez y el corderismo inútil. Quizá ya sea hora de recuperar nuestras libertades por la fuerza, ya que nos las arrebataron por la fuerza. Como ellos retomaron por la fuerza en gloriosa e inolvidable batalla la emblemática y españolísima isla de Perejil. Y con viento de levante.

No digo yo que degollemos a los banqueros, empalemos a los obispos, nos amartelemos a las ministras sin su consentimiento o le peguemos otro tiro en el pie a Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón, que ya bastante tiene con lo suyo.

Tampoco quemar cajeros tiene mucha funcionalidad, porque después de quemar un cajero siempre te vas al cajero de al lado para sacar pasta y celebrarlo con una copa. Y lo mismo has quemado el cajero que no te cobraba comisión.

Incinerar contenedores de basura tiene su punto metafórico, ya que esta gente contra la que nos queremos revolucionar tampoco son otra cosa que basura. Pero aquí hemos de recordar que, al contrario que nuestros opresores, nosotros somos defensores del medio ambiente. Y ya se dan ellos bastantes humos.

En cuanto al asalto a mano armada, todo el mundo sabe que estos conspicuos patriotas guardan todo su dinero en Suiza y en otros paraísos fiscales, y no está el bolsillo del revolucionario español tan boyante como para costearse tan oneroso viaje en tren, avión, mula o barco.

Si le echamos un ojo a la historia, a la wikipedia o a las abuelas memoriosas, enseguida nos daremos cuenta de que la vieja lucha de clases entre opresores y oprimidos se ha convertido en un baile de salón entre represores y reprimidos. Los oprimidos de antaño octubrizaban octubre con humos, algaradas, incendios y cosas. Hoy organizamos congresos. La filosofía ventiunera nos enseña la única diferencia vigente entre represores y reprimidos. Aparte de la pasta y los derechos. Para justificar su violencia, los represores alegan razones de Estado. Los reprimidos nos cuestionamos el estado de nuestra razón antes de matar, desahuciar, violar o arruinar a nadie. Parece una tontería, pero quizás ahí habite la diferencia entre el oprimido, capaz de luchar, y el reprimido, incapaz de nada. Opresor es sinónimo de represor. Pero oprimido no es sinónimo de reprimido. Yo prefiero analizar esto como oprimido y no observarlo pasivamente como reprimido. Reprimirme no me va. Sobre todo si me oprimen. No sé vosotros.

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