Rosas y espinas

Policía asesina

Una de las cosas que más me ha entristecido este año es volver a escuchar un grito que se me antojaba borrado de nuestro acervo: "Policía asesina". En estos doce meses, como los periódicos me han tenido todo el día de manifa en manifa, de algarada en algarada, de huelga en huelga y de revolución en revolución, he vuelto a escuchar este aullido. Policía asesina. Y muchas veces.

Cuando yo era adolescente, hippie, melenudo y travieso, allá por la Transición, acostumbraba a proferir este grito con mi hermosa voz barítona en cada manifestación que se convocara, y esa costumbre me reportó muchos porrazos y algún que otro beso en la herida y en la boca, en plan sana sana carita de rana. Valían la pena. Tanto los besos de las poetisas cómplices como los porrazos de la policía contraria. Todo tenía un sentido. El pueblo quería poner entonces en su sitio a la policía tardofranquista (gran neologismo de Umbral) y la policía tardofranquista intentaba evitar que la horda esclava se convirtiera en pueblo. Ganamos nosotros. Ganamos el partido de las ideas, el de las magulladuras y, sobre todo, el de los besos de nuestras valkirias (ellas también estaban magulladas, pero a las mujeres les duelen las heridas de dentro, no las epidérmicas). Un pueblo que enfrenta su poesía contra la policía siempre gana. Un poeta, solo, es inofensivo a corto plazo. Pero un pueblo con un verso en la boca es a la vez vate y bate, y esa boca no hay represor que nos la parta. Ya digo que, de aquella, ganamos.

Ahora el debate del vate y el bate es más batiburrillo. Ni esta pasma es tan de bate ni tan burrillo este pueblo. Las fuerzas de seguridad del Estado, según he hablado yo con algunos de mis amigos policías o guardias civiles, tienen un dilema. Y, aunque no me han trasmitido este lema de manera oficial, yo diría que muchos de ellos preferirían denominarse "Delicadezas y Cuerpos de Seguridad del Pueblo" en lugar de "Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado". Lo de ser fuerzas les suena cada vez peor. Y lo de defender al Estado, por encima del pueblo, les hace vomitar balas del treintayocho cada vez que vuelven a casa después de que les ordenen una carga policial contra estudiantes, jubilados, parados, minijobistas, dependientes y otras especies desclasadas que habitamos hoy este país.

Pero no pueden ser delicadezas y cuerpos de seguridad del pueblo y refrenarse, ya que el policía que incumpla una orden del estado, que no del pueblo, se enfrenta a perder su profesión y su vocación. Quizá debáis pensar en cambiar de bando. Estáis tan oprimidos que os veis obligados a reprimir a contracorazón. Consiste sencillamente en darse la vuelta. Y apuntar las porras y los fusiles hacia el otro lado. Los pueblos que no lo han hecho, han dejado de ser pueblos durante mucho tiempo. Se han convertido en fósiles de la historia durante décadas. De eso sabemos mucho en España. Y se han pasado otras tantas décadas lamentándolo.

Yo, si fuera hoy policía, me quitaría el casco antidisturbios y nos miraríamos a la cara. Policía y pueblo. A ver, compañeros: somos lo mismo. Y alguien empezaría a gritar en las manifestaciones dos palabras que jamás se han escuchado juntas: policía amiga. Policía y poesía. Y me robaríais los besos de mis valkirias, que estáis más fuertes, más cachondos y más buenos que yo. Y yo me cabrearía en silencio sabiendo que vivo en un lugar seguro, protegido por tíos capaces de robarme las novias y dejarme vivir paz. No le deis la espalda al enemigo, coño. Darse la vuelta hacia el verdadero enemigo son solo 180 grados. No es demasiada temperatura para una revolución.

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