Andan los socialistas españoles suicidándose con una fineza y donosura que uno no veía desde el apuñalamiento de Marat por una dama. Qué elegancia en el morirse, qué métrica en su expirar, qué reinona en sus convulsiones. Y qué paradójico que el partido de la rosa esté escenificando su marchitar en plena primavera. Todo son ventajas para quien desee escribirle la elegía. Que no seré yo, pues aun siendo poeta tengo cosas menos insignificantes que hacer.
Cantaba Georges Brassens, en sol sostenido anarquista, aquello de Mourrons pour des idées, d'accord, mais de mort lente (muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta). Pero se conoce que el socialismo moderno español, aun habiendo nacido en Suresnes, no entiende bien el francés, y se ha creído que morir por falta de ideas es la ingeniería correcta para manejar los remos de Caronte.
Continuando al norte de los Pirineos, el PSOE nos va desgranando razones para pensar que los que equiparaban a Alfredo Pérez Rubalcaba con el padre del espionaje, Joseph Fouché, eran unos patanes. Rubalcaba es Charlotte Corday, salvando diferencias de sexo, arrojo, coquetería, ideología y modo de morir, ya que la asesina de Marat falleció en la guillotina y Rubalcaba se echará la cabezadita eterna tras un congreso extraordinario.
No esperaba uno esto de Rubalcaba. Porque, a pesar de los 32 años transcurridos desde la victoria de Felipe González en 1982, los idealistas y versificadores de la izquierda todavía pensábamos que en el corazoncito de los clásicos del PSOE aun sobrevivía un asomo de socialismo y de obreraje. Y esta parece la mejor, y la última, oportunidad para echar a ondear ambas viejas banderas.
Dan las últimas encuestas noticia de que más del 30% del voto que ha obtenido Podemos proviene del PSOE. Yo creo que Pablo Iglesias, si no se empantana en el fangal del éxito y las intrigas, ya puede ir contando con un 50% o más. Quemada Susana Díaz antes de nacer por chulita, vampirizado Eduardo Madina por los murciélagos de Rubalcaba, mareada Carme Chacón por sus propios vaivenes entre el me quiere y el no me quiere, afeado Patxi López desde que se convirtió en perdedor casi nato en Euskadi, y transparentados los varios espontáneos en su propia falta de carnalidad, sospecho que las primarias abiertas del PSOE también las va a ganar Pablo Iglesias sin presentarse.
Lo que uno no acaba de comprender, por mucho que ejercite el cacumen, son las razones profundas que están inspirando a los sociatas a convertirse en suicidatas. A no ser que estén escenificando una proposición de ley que avale el derecho a morir dignamente que tan caro le salió a mi viejo amigo Ramón Sampedro (mar adentro, eutanasia y tal, por si lo habéis olvidado). Pero se están equivocando un rato, porque su muerte tiene demasiados visos de acabar siendo indignísima.
Leíamos ayer, en este mismo panfleto rojo de mierda, que Zarzuela prepara un desfile triunfal de Felipe y Letizia por las calles de Madrid tras la proclamación, con sus banderitas, sus vítores, sus vasallos, sus paletos y tal. Lo mismo habría de planear el PSOE tras la coronación de su nuevo secretario general, en una carroza (por carrozas), que lo conduzca desde Ferraz hacia la calle del Olvido.
Apena este zafio morir del partido que, para toda una generación, encarnó la esperanza, el cambio y a esa España que ya no conocería ni la madre que la parió, como prometió Alfonso Guerra (ayer también autoproclamado juancarlista para tristeza de su memoria).
Solo dos diputados solicitaron libertad de voto para poder escaquearse de la vergüenza del sí disciplinado al proyecto de ley orgánica de abdicación, que se dirime hoy. "Yo no puedo autorizar esa opción", ha zanjado Rubalcaba el disenso recordándonos a los votantes la tradición republicana, diversa, democrática y esperanzadora que nos impele y nos impelirá a votar a cualquier otro partido. Brindo por el PSOE con una copa de lágrimas de rosa.
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