Rosas y espinas

A relaxing goodbye

anaSe nos va Ana Botella y uno siente una tristeza inmensurable, una penita honda. Cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. A Ana Botella habría que hacerle una estatua ecuestre en la Puerta del Sol subida a lomos de su marido, aunque como están un poco perseguidos los símbolos franquistas a lo mejor no nos dejan. Estos Aznar tienen una donosura para largarse antes de que los echen que es digna de admiración y encomio. Sobre todo en este país. Donde el abandono y la retirada son menos comunes que el descubrimiento nada cotidiano de la teoría de la relatividad. En España tenemos más premios Nobel que políticos dimitidos, cesados o abandonistas.
Al final va a ser verdad que Mariano Rajoy es un lidereso con todas las de la ley. Los cadáveres de sus enemigos --incluido el cadáver del obrero-- continúan jalonando su extraña carrera política hacia no se sabe dónde. Los chicos de la libreta azul (Rato, Mayor Oreja, Acebes) están mansamente jubilados en sus negocietes o en sus teorías de la conspiración. Pero sin duda las piezas de caza más preciadas que asoman la testa en las paredes de Moncloa son las de los Aznar/Botella y la de Esperanza Aguirre. A Rajoy hay que agradecerle que haya eliminado a la extrema derecha del PP, y que nos la haya sustituido por la extrema codicia de banqueros, tesoreros, cospedales, registradores de la propiedad y tal. Pero es que la extrema derecha era la más divertida.
Lo de Rajoy va a merecer sesudos estudios de aquí al siglo XXII. A pesar de carecer de suficiente holgura intelectual como para leer a Maquiavelo, nuestro adorado líder viene demostrando una fuerza inusitada para eliminar a sus rivales políticos por hastío. La gente se cansa de luchar contra esa figura hierática que es Rajoy, y sus enemigos van cayendo como frutas maduras en los tediosos consejos de administración de las grandes empresas.

Uno tiene ganas de que Rajoy deje de ser presidente del Gobierno no por animadversión o rojerío, sino solo para saber qué va a contar en las conferencias cuando se haya convertido en un particular millonario, a ver si nos ilustra sobre cómo el cordero puede atacar de manera tan ladina a la manada de lobos y salir indemne del plasma. Dando por descontado que Rajoy no va a volver a ser presidente por culpa de la estulticia de los votantes, da como morbazo saber qué PP nos va a quedar tras su marcha.
La relaxing cup of tea party se nos va de Madrid al cielo de los spa, y nos queda un vacío a los humoristas muy difícil de llenar. Y es que el PP, salvo León de la Riva y alguna florianada, se está convirtiendo en un partido tremendamente soso y aburrido. Lo que más jode a los grandes analistas es que nos hundan en la miseria unos seres sin gracia ni donosura, de los que uno apenas se puede reír porque ni dan para chistes. Y ese es el PP que ha acabado diseñando Mariano Rajoy con su lenta razzia interna. La risa era el último balín que nos quedaba a los españoles para soportar la negligencia punible de nuestra derecha española, y hasta eso nos ha quitado Rajoy. Es como si el capitán del Titanic hubiera mandado arrojar por la borda a la orquesta en cuanto se escuchó el beso del iceberg. Lo peor de Rajoy no es que nos haya arruinado como país y como cultura, sino que nos haya arrebatado la capacidad de reírnos de él y de los suyos, con lo catártica que es la risa.
Se nos va Ana Botella, insisto, y nos quedamos huérfanos de una genealogía de derechones como dios manda, orgullosos de su pasado y devoradores de nuestro futuro, pero que han hecho reír a varias generaciones de españoles mientras nos mataban de hambre y de falta de libertad. Ahora igual se nos presenta de alcadesa Cristina Cifuentes, la delegada de las Unidades de Intervención Policial. Pero no va a ser lo mismo. Jo, Mariano. Te perdonamos que nos lo hayas robado todo, pero no nos arrebates la risa.

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