Rosas y espinas

Yo también silbo al rey

felipeNo entiende uno muy bien que se considere violencia pitar un himno. Lo digo por lo de la final de la Copa. Unos señores muy gubernamentales, o sea, el gobierno, han decidido trasladar al Comité Antiviolencia los silbidos con que las gradas del Camp Nou acompañaron el himno español en esta final de copa entre el Barça y el Bilbao. Quieren demandar a la Federación de Fútbol y a los dos equipos disputantes. Parece ser que ahora va a ser delito acompañar con silbidos ciertas canciones, por populares que sean.

Un silbido, creo yo, no ha de ser objeto de persecución por una Comisión Antiviolencia, porque por muy fuerte que silbes nunca le vas a romper un brazo a nadie. Salvo que el silbido te haga daño porque seas muy gilipollas. Y yo espero que nuestro jefe de Estado no sea muy gilipollas. Si yo fuera jefe de Estado y me hubieran silbado, me sentiría halagado. Hace mucho tiempo que 100.000 personas no me silban cuando meneo mis encantos por la calle.

Yo, además, creo que los asistentes al partido Barça-Madrid silbaban el himno como los albañiles silban a las tías y a los tíos desde sus andamios. Porque están buenas y buenos. Felipe tiene un aquel de príncipe destronado (o tronado) por Juan Carlos vía Franco, y eso nos da mucha ternura a sus vasallos. Letizia viene de Rivas-Vaciamadrid y ahora viste muy elegante. Si no les silbas es que, como esclavo de constructor, desde lo alto de tu andamio, no tienes demasiada sensibilidad. Yo interpreto el silbido del Camp Nou como un piropo, y no conozco exégeta que pueda rebatir esta interpretación. Sea o no sea juez. ¿Quién decide qué significa un silbido?

Si un silbido se convierte en un delito o falta, no descarto que puedan encarcelarte por un pedo. Un pedo es peor que un silbido, creo yo. Imagínate que todos los asistentes españolistas al Barça-Bilbao hubieran comido mal y, en el momento de la erupción de todas sus pasiones patrióticas, cuando suena el himno, se les escapara un pedo. La Constitución estaría en peligro, pues aun respira. La unidad de España, también. Se difuminaría el Chanel 20 de la reina en la ola pestilente. La barba del rey volvería a no ser cana. A Artur Mas se le criogenaría la sonrisa. Habría que detenerlos.

En lo personal, como creador de fábulas, me encantaría escribir un relato fantasioso sobre un pueblo al que se le cercena su derecho a silbar. Después el derecho a cantar. Después el derecho a votar. Después el derecho a respirar. Respirar todos juntos (que no otra cosa es silbar, pero apretando los labios) no es actitud peligrosa que pueda ser fiscalizada por un comité antiviolencia. No puede ser criminalizada. Salvo por esta gente.

Yo, desde esta columna, le silbo al rey, a su padre Juan Carlos y a su abuelo putativo, Franco, que nos lo impuso. Y deploro cualquier presencia suya en manifestación deportiva alguna, pues lo menos deportivo que he conocido es nuestra monarquía. Ya que no nos deja jugar. No nos dejan refrendarla. Así gano yo también el partido, oh, adorado Felipe. Sin dejar jugar a los demás. Quedándote callado mientras a tu pueblo le cercenan su derecho a silbar de vez en cuando.

¿No debería decir nada sobre esta fascistada un demócrata como tú, jefe del Estado? Pero no. Tú nunca dices nada. Y por eso, entre otros millardos de cosas, yo también te silbo.

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