Rosas y espinas

Rajoy y Sánchez, los sepultureros

 

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez van interiorizando que habrá elecciones de aquí a nada, y ambos gatean panza arriba peleando para autoproclamarse candidatos con el aval de sus desastrosos resultados del 20 de diciembre. Se dan cuenta de que ya no se les quiere ni en casa, pero ellos han decidido encerrarse en el cuarto de baño y echar la llave por si la gente se cansa de dar golpes en la puerta. En eso, también, se demuestran muy fieles a esa forma de hacer política que los españoles van despreciando poco a poco, con esa lentitud de bueyes que uno no sabe si es miedo o prudencia, actitud o paisaje. Lo que queda por saber es si estas ganas de cambio del electorado son moda pasajera y cabreo momentáneo o algo más profundo. Si han sido capricho, los comicios probables de dentro de dos meses pondrán seguramente al bipartidismo en un sillón más cómodo, y a esa pírrica alegría es a la que se agarran los dos candidatos de lo viejo para repetir. El problema es que la calle sigue abarrotada de urgencias, y España necesita un presidente ya.

En el fondo, con su actitud, lo que están haciendo Rajoy y Sánchez es lo que temíamos muchos. Están gobernando juntos este desgobierno, en un juego perverso que yo sospecho medio calculado. La cosa es demostrarnos que hay que regresar a lo mismo porque lo nuevo es imposible. Y me temo que van a prolongar esta tensión hasta que nos cansemos de darle vueltas al jeroglífico español y dejemos de votar excéntrico.

Si en campaña PP y PSOE se concentraron en vender el miedo al cambio, ahora su estrategia es contagiarnos cansancio de cambio. Y los barones de ambos partidos sospechan que ni Rajoy ni Sánchez nos pueden cansar más, y que se necesitan caras e ideas nuevas para aburrirnos con energías renovadas. La operación menina quizá nunca existió, pero la naturaleza imita al arte y ahí está, como la gran fórmula para devolverle a Hyde las confianzudas facciones de Jekyll.

Yo creo que los dos candidatos tienen la batalla perdida, y que, tristemente, el bipartidismo se sabrá alimentar de sus cenizas desde dos candidaturas femeninas y fuertes, que es algo que uno llevaba demandando mucho tiempo en la política española (Esperanza Aguirre no puntúa por su condición de condesa: aun mujer, representaba a la vieja aristocracia machista con floreros).

Al final, todo se reduce a una operación de cirugía estética, pues la podredumbre de las sentinas de ambos partidos va a continuar ahí con las nuevas chicas o con los viejos machos. La irresponsabilidad de nuestra clase política de más rancio abolengo está anteponiendo cosmética y cuernos a las emergencias de la gente de la calle. Y, ya casi antes de empezar a dialogar (sic), nos están enviando el mensaje de que no hay diálogo posible. Yo soy muy pesimista y sospecho que cambiarán caras, nos llamarán a votar y les votaremos. Rajoy y Sánchez tienen cada vez más cara de sepultureros.

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