Rosas y espinas

700.000 españoles sin derecho a voto

El 37% de los españoles emigrados no pudieron votar porque nuestro Gobierno no les hizo llegar a tiempo la documentación. O sea, más de 700.000 españoles no pudieron ejercer su derecho a decidir por desidia o, seguramente, iniquidad de la administración del PP. A eso, yo que estoy de noche de sábado y olé, le llamo golpe de Estado. Con esos 700.000 votos, el PSOE hubiera quedado a 10 o 12 diputados del PP. Podemos hubiera ganado al PSOE. Y Bildu, a la cuenta de la vieja, tendría unos 14 diputados. Ahora que no está de moda decirlo, yo prefiero las democracias bolivarianas como Venezuela, que por lo menos están supervisadas por Jimmy Carter y cuentan los votos como cacahuetes. Allí ha ganado las elecciones la oposición, rareza democrática que solo sucede en las dictaduras bolivarianas. Aquí, no.

700.000 personas sin derecho a voto son muchos silencios en un espectro (la palabra está muy bien elegida) de 35 millones de votantes. Por lo tanto, por primera vez desde el 20-D, yo creo en mi ignorancia que se deben de repetir estas elecciones. No han sido democráticas. Hay 700.000 votos enterrados en las cunetas del 20-D.

Enterrar los votos en las cunetas es tradición muy arraigada en esta España, como los toros, pero cualquier persona con un dedo de frente sabe que las tradiciones españolas no brillan por su ejemplaridad. Siempre que tiro una cabra desde un campanario, me siento un poco menos cartesiano, por decirlo a la maniera fina.

Aniquilar la voz de 700.000 personas no deja de ser una pequeña barbaridad. Que nos debería obligar a replantearnos esas elecciones del 20-D. Dos de cada cien censados se han quedado sin votar porque los burócratas no les enviaron el papel a tiempo. Los datos los ha recabado Marea Granate, un colectivo apartidista de emigrantes españoles, encuestando a 2.000 votantes del exterior (un número similar al que maneja el Centro de Investigaciones Sociológicas en sus proyecciones tan indiscutibles como gubernamentales). Ya sé que los datos son interpretables. Habrá gente que no quiera votar. O que no haya pedido los papeles. Pero que, de dos millones de emigrados, solo voten 89.000, me parece muy poco demoscópico. Yo me lo haría auscultar.

Si estas 700.000 personas silenciadas estuvieran repartidas entre Burgos, Salamanca, Pontevedra, Barcelona, Cádiz, Alicante y Madrid, quizá podríamos reconfortarnos en la esperanza de que su voto refrendaría la homegeneidad del más o menos. Pero son gente que se ha tenido que ir de España. Dos millones de españoles que se han tenido que ir de España, como redundarían los de la COPE. No sé por qué, tengo la impresión de que ese voto emigrante puede aportarnos algún acento distinto a los resultados electorales del 20-D. Yo quisiera escucharlo. A la gente le gusta viajar, no que la echen de casa. No confundamos turismo con emigración. Podríamos malinterpretar los dos votos.

Si yo fuera un ciudadano menos perezoso, exigiría a mis autoridades electorales que me confirmaran exactamente cuánta gente de dentro y fuera se quedó sin votar por inepcia, desidia o iniquidad de mis actuales cargos electos. No es por capricho. Le juré a la democracia amor eterno, y no quisiera quedar en entredicho.

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