Rosas y espinas

El Edén por el culo

A veces pienso que sumo más desacuerdos que personas con las que no estoy de acuerdo. De hecho, a veces sufro desacuerdos que no sé a quién asignarle. Y vago de casa en casa, entre amigos y enemigos, buscando a alguien que acepte mi desacuerdo. Casi nunca es difícil. Siempre hay alguien aburrido que quiere desacordar contigo. Se le llama desinformación. Y suele ser la única cosa que se comparte. Quizá es que es contagiosa.

El caso es que en casa se me van acumulando los desacuerdos, y para hacerles sitio ya he tenido que tirar por el balcón no sé cuantos libros, todos los vinilos y a mis dos últimos gatos. Wilhermija y Auridis, creo recordar que se llamaban.

Estar en constante desacuerdo no es fácil, así que es conveniente pertrecharse con un par de malos consejos infalibles. Si uno analiza bien el desacuerdo, enseguida se da cuenta de que los desacordados desean ambos vivir, como en las telenovelas. Y, por tanto, convivir. Si usted quiere mantener su desacuerdo a punto y observa estas ideas, incluso en sueños, apártese de ellas. Si no lo hiciere, podría estropear el desacuerdo antes de crearlo, y nuestra marca, en ese caso, no le garantiza la devolución de su dinero. Si por desgracia el experimento acaba en tragedia y se lleva usted muy bien con alguien, o llega a un nefando pacto de paz y respeto, la responsabilidad será solo suya.

Para llegar a un desacuerdo perfecto es también indispensable asumir que jamás se debe explicitar lo que se quiere. Es mucho mejor que el otro piense que quieres algo que no te puede dar. Ayuda mucho y relaja a ambas partes. No se trata de dar o de pedir. Exigir lo que nunca se ha pedido siempre garantiza un desacuerdo casi enorme. Lo dicen todos los expertos. Exigir la devolución de lo que nunca se ha dado tampoco funciona mal, pero es de más compeja irresolución.

¿Los desacuerdos nacen o se hacen? ¿Tienen sexo los desacuerdos? ¿Hay algún portal de contactos entre desacuerdos, siendo los desacuerdos el negocio más boyante del planeta?

La gente vulgar es tan simple que, cuando la ves por la calle, apenas carga desacuerdos. Llevan bolsas, maletas y prisas, relojes acelerados y niños al comedor social. Los manteros venden discos, las gitanas venden porvenires, los guardias civiles venden multas pero casi nadie vende desacuerdos. Uno llega a la conclusión de que los desacuerdos hay que dejárselos gestionar a la gente importante, a los que saben. Incluso privatizarlos. La gestión pública de los desacuerdos siempre ha acabado en desastre, he leído.

Ando buscando desacuerdos en los periódicos para ilustraros mi teoría, pero no encuentro ninguno. Lo de Dembelé, pero aun no ha debutado. Estoy deseando que debute para guardar otro desacuerdo en casa. Ya he tirado por el balcón los siete tomos de À la recherche du temps perdu para hacerle sitio a lo de Dembelé.

Los desacuerdos son como las redes sociales: te llenan de vida pero te desalojan la gente. Hay que cuidarlos, pues así evitas el contacto con microbios e infecciones. Las epidermis ajenas son mortales para los desacuerdos. Es algo que debe tener siempre presente aquel que quiera cultivar un desacuerdo firme y feraz.

Para que el tallo del desacuerdo crezca fuerte y recio, es necesario abonarlo con silencio o guerra o con sarcasmo, jamás con ironía o paz o con buen verbo, pues en este caso sus raíces se pudren de amarillo como los diccionarios y los poetas.

Y no olvidéis nunca que un solo desacuerdo hace a dos personas infelices. El desacuerdo es efectivo a un doscientos por cien. Pocas veces se ha observado tanta productividad.


PS: Para La Pepa Ortega/Ortiga, a quien robé el titular.

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