Rosas y espinas

La calderilla de Borrell

Andan pidiendo la dimisión de Josep Borrell por haber vendido 10.000 euros en acciones de Abengoa en vísperas de que la eléctrica presentara concurso de acreedores. Era 2015 y el hoy ministro se sentaba en el consejo de administración de la firma, por lo que la Comisión Nacional del Mercado de Valores le ha multado con 30.000 pavos. Manejaba información privilegiada para sus negocietes, el socialista, y eso está mal visto en según qué salones.

Porque son negocietes. Cuantitativamente insignificantes para tan egregio tribuno. Dependiendo del cristal con que se mire, que dicen los cursis, pues con diez mil euros anuales viven muchas familias de España. Estoy seguro también de que esos diez mil euros hubieran salvado la vida de Alicia, la mujer de 65 años que se suicidó estos días, saltando por el balcón del quinto, cuando iba a ser desahuciada de su piso de alquiler en Chamberí. Qué demagógicas son, a veces, las comparanzas.

Según el BOE, cáliz sobre el que recientemente vertieron sus transparencias nuestros ministros y altos cargos, Borrell posee un patrimonio de 2,7 millones. Así que los 10.000 euros que salvó ladinamente de las veleidades bursátiles de su esposa son calderilla. Pero ya lo dice la canción: Small change got rained on with his own thirty-eight. Resulta triste, cómico, absurdo, ridículo, estúpido o sucio, según cada quien, que el presidente del consejo asesor internacional de un emporio se dedique a despistar una cantidad tan barriobajera. Nadie puede creerse que Borrell, hombre inteligente, doctor en economía e ingeniero aeronáutico, no supiera lo que estaba haciendo. Rockefeller, robándole un kinder a un niño pobre a la puerta de un chino, no hubiera quedado peor retratado. Son las dos caras de las puertas giratorias. Lo que Abengoa te da, el Congreso no lo limpia.

Las puertas giratorias muestran el Jeckyll/Hyde de nuestra clase política. Venden en el Congreso lo cualitativo y, en cuanto entran en una multinacional, lo convierten en cuantitativo. Da igual la cantidad. Es una inercia. Es el instinto del escorpión mordiendo a su rana salvadora. Dicen que Borrell anda muy jodido con este escándalo. Lo siento sinceramente. Pero estoy seguro de que no saltará al infierno desde ningún balcón de Chamberí.

Reparo últimamente en la sensación de impunidad en la que vive esta gente. Como son solo diez mil pavos, nadie se va a dar cuenta. Como es solo un sms, Luis puede ser fuerte. Como soy la reina periodista, nadie se enterará de que el descuidero financiero y presunto acosador Javier López Madrid es el más apreciado compiyogui de Zarzuela. Por no hablar de Juancar y sus príncipes saudíes asesinos.

A veces, estos prebostes nuestros parecen tontos, dejando al albur del populacho sus miserias calderilleras rastreables en los boes y en las memorias de sus teléfonos. Pero, si nos lo paramos a pensar bien, es algo que va más allá de la tontería. Es una manera de vivir sobre, y no con, el resto de la gente.

A Borrell le han cazado con diez mil miserables euros casi recién butroneados por un agujero de su ética. ¿Cómo se hubiera comportado si a esa cantidad se le hubieran añadido dos ceros a la derecha? Esa es la pregunta. ¿Qué hace esta gente con el kinder del niño cuando no los vemos?

La corrupción, como dice Valdano del fútbol, es un estado de ánimo. Un instinto. Una pasión irrefrenable de telenovela sudamericana. Vender la dignidad de toda una trayectoria política por 10.000 euros es maquinación para alterar el precio de las cosas, según nuestro ordenamiento jurídico. Merece otra sanción de la comisión nacional del mercado de valores. Pero en este caso, ya sabéis, me refiero a otros valores. Menos bursátiles. Small change got rained on with his own thirty-eight (a Calderilla se lo cargaron con su propia 38).

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