Rosas y espinas

El tobillo mágico de Adriana

Anda la peña tan mosqueada con el eterno desgobierno de la nación que ya no sabe deslindar la realidad del deseo, el ruido de la furia, el tocino de la velocidad ni el culo de las témporas. Este martes mismo perezoseaba yo con otros doctos señores cuando salió a colación el esguince de tobillo de la negociadora socialista Adriana Lastra, que por una taconera desgracia tuvo que aplazar su reunión vespertina con Junts per Cat.

--Pedro Sánchez ya no sabe qué inventar para retardar más la investidura --vacilé.

Mis doctos interlocutores me observaron sin asombro y añadieron, siempre dentro de la más estricta circunspección, otros argumentos que refrendaban la tesis del procrastinismo sanchiano.

El tobillo de Adriana es como el zapatito de cristal de Cenicienta, un episodio mágico más de esta eterna fábula en que se está convirtiendo España, y la gente ya se ha acostumbrado a habitar esa atmósfera de cuento de hadas con demasiadas brujas y demasiados ogros y algunas que otras pociones (menos de las que nos harían falta). Ahora ya solo falta que el audi de la fuga de Puigdemont se convierta en calabaza para que nos den el Nobel de Literatura Fantástica a todos juntos.

Y es que no son solo las cosas que pasan puertas adentro de San Jerónimo y otros palacios de chocolate en donde habita el poder. Es también lo que se dice. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, es otro caso fehaciente de nuestra progresiva inmersión en el mundo de la fantasía. Esta semana aseguró, con aplomo de Yoda disparatado, que "el hombre no es un ser violento en sí mismo, porque hay hombres que agreden a otros hombres". Tardarán siglos los exégetas en indagar el profundo pensamiento que esconden estas palabras.

Por no hablar de la bipolaridad eco-contaminadora del alcalde capitalino, José Luis Martínez Almeida, a quien solo falta aclarar que prefiere la quema del Amazonas a la de Nôtre Dame porque es hijo bravo del Jorobado y Esmeralda.

No es casualidad, viviendo así, que un porcentaje elevado de españoles aun crea que el 11-M lo montaron Zapatero y Otegi para ganar las elecciones. Que el PSOE es de izquierdas. Que los jarrones chinos no paran de hablar. Que Vox no es fascista. Que Mariano Rajoy no es Eme Punto. Que Felipe está muy preparao y es un garante de la democracia. Que las empresas del Íbex pagan impuestos. Que Isabel Preysler siempre trabajó mucho. Que Amancio Ortega es un mecenas desinteresado. Que Pablo Iglesias preside el gobierno en la sombra de Venezuela. Y así hasta el infinito. Hans Christian Andersen no tenía ni puta idea de fabular.

Somos tan buenos literatos que nuestros politólogos más delgaditos llevan meses insistiendo en que dirimimos una "batalla por el relato", y no un sindiós político de difícil desanudamiento.

Para colmo, nos ponen a un señor con aspecto y verbo de druida a dirigir la conformación del Congreso de los Diputados. Agustín Zamarrón y su luenga barba sí nos representan.

El caso es que yo, al final, sí me creí que el tobillo torcido de la bella Adriana es parte de una estrategia para confundir al minotauro catalán. Pensar lo contrario sería poco español. Escasamente patriótico.

Hasta otra, dibujos animados y desanimados. Es llegada la hora de apagar la hoguera y sacar los ojos de serpiente de la sopa de muérdago.

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