Rosas y espinas

Billy el Niño

Se ha montado un follón bastante importante por la negativa de Unidas Podemos a apoyar la inicitiva de Bildu en favor de desvelar el historial de Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. Ocurría esto en la penumbrosa Junta de Portavoces, así que tiene remedio. Sabedor de que Pablo Echenique, en quien a veces se atisban rescoldos de su paso por Ciudadanos, no había hilado fino en este delicado asunto, Pablo Iglesias tuvo que echar mano del nuevo martillo de Thor, o sea twitter, para disculparse: "Hoy nos hemos equivocado en la Junta de Portavoces y no hay excusa que valga. Las víctimas del torturador Pacheco no merecen vernos fallar. Las buenas intenciones no justifican errores como este. Por suerte podemos rectificar. Mis disculpas avergonzadas a las víctimas".

En las radios se han regodeado bastante con el despropósito podemita. La sibilina cadena Ser, en su tertulia política de la noche, auguraba que Podemos se va tener que "tragar sapos" bastantes como este si sigue tan fiel a su compromiso de convertirse en el niño bueno del aula gubernamental. No les falta razón. Y desde la formación morada deberían ser más conscientes de la sutilísima frontera que separa al niño bueno de la clase de ser considerado un repelente niño Vicente.

La importancia del asunto de Billy el Niño es evidente, pues va siendo siglo de que España se vaya poniendo las pilas a la hora de reconocer su verdadera historia. Era Billy el Niño, como todos sabéis, un torturador fascista que operó en la dictadura de Franco y más tarde en nuestra bienhadada transición, recibiendo de sucesivos gobiernos democráticos distinciones e insignias que le permiten gozar de una pensión bastante más alta que la de cualquier policía honrado. Me corrijo: quizá no todos los sabéis.

Hace unas semanas, asistí a una discusión sobre la monarquía entre una mujer octogenaria, con dos carreras y una cultura considerable, y su hijo economista, rayano en la cincuentena y hombre de bien. Sostenían ambos la teoría de la legitimidad borbónica que los españoles habían votado en paz vía proyecto de Constitución, en el ya lejano 1978. Aquella votación, argüían, había sido celebrada en la más absoluta libertad, sin coacciones ni rescoldos inquisitoriales franquistas.

--¿Tú sentías alguna presión? --preguntaba el hijo a la madre.

--Yo no --contestaba ella.

--¿Lo ves? Y ella había estado allí. Lo vivió en primera persona.

Olvidados quedaban en aquella charla el ruido de sables, la constante amenaza pública y ruidosa de los militares a Adolfo Suárez y Felipe González (aun recuerdo los insultos y amenazas de muerte al general demócrata Gutiérrez Mellado proferidos por uniformados en la televisión en blanco y negro); los quinientos muertos civiles --estudiantes, sindicalistas...-- de las fuerzas fascistas paramilitares que siguieron operando tras 1975, y cuyos muyahidines hitlerianos nunca fueron condenados o penaron sentencias débiles; los asesinatos de Atocha; el 23 de febrero, hoy recordado más como folclore que como acontecimiento ignominioso. Tantas cosas.

Billy el Niño es un buen hilo para reconstruir esa parte de nuestra historia, pues representa el miedo que nuestra grey política, tanto de derecha democrática como de izquierda, continuó sintiendo en la nuca muchos años después de la muerte del dictador. Quitarle las medallas a Billy el Niño no es reabrir heridas ni es vengativa revancha. Es solo una manera más de empezar a reconocernos a nosotros mismos, como dicen los psicólogos baratos, para intentar ser mejores. La Segunda Transición no es revertir todo el orden constitucional que hoy, más o menos, unos más y otros menos, gozamos. La Segunda Transición es entender y desmitificar lo que fue la primera. Y por eso el resbalón de Echenique, de Podemos, con el asunto de Billy el Niño, navega con más calado del que a ojo de buen cubero se pueda percibir. Podemos, domesticado, es solo el PSOE con cuernos. A ver si al final no vamos a presenciar la secuela del Titanic Ciudadanos. El viejo régimen acecha.

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