Rosas y espinas

Aznar y Rajoy: show judicial

José María Aznar y Mariano Rajoy, ese par de pilluelos que con sus dispares simpatías han calado en el corazoncito dickensiano de los españoles, han sido llamados a la Audiencia Nacional para declarar como testigos por el fascinante asunto de la caja B del Partido Popular. La caja B del PP es el antónimo de dios más elocuente jamás creado: todo el mundo sabe que existe, pero nadie se aviene a creer en ella.

El previsible Mariano volverá a interpretar su papel de bobalicón tartajoso y desmemoriado, como cuando declaró en la Gürtel, en la que de milagro no llegó a decirle al juez que no recordaba haber sido presidente del Gobierno, ni gallego, ni nada. Soy una entelequia, señoría. Un invento de los españoles. Un quimérico inquilino de la Moncloa. A los hechos me remito. Eme Punto Rajoy no existió nunca. Ningún juez ha demostrado su existencia. Déjeme volverme al limbo de los nonatos, donde da la vuelta el aire, los espejos se atraviesan y la hora va marcada por los relojes blandos de Dalí.

Lo de Aznar puede estar más divertido. El hombrecillo insufrible, como le llamaba Manuel Saco, carece de talento para hacerse el tonto, que es algo que a los tontos de verdad también les pasa mucho. El tonto propende a ser solemne y categórico, pedregoso de frases lapidarias carentes de sentido pero marmóreas en daño y odio, incontestable hasta el punto de que no merezca la pena contestar.

Aznar está en disposición de hacerse un coronel Nathan R. Jessup, aquel que interpretó Jack Nicholson en Algunos hombres buenos. ¿Caja B? ¿Quiere usted respuestas? ¿Quiere usted respuestas? Responderé a la pregunta. Vivimos en un mundo que tiene muros, y esos muros han de se vigilados por hombres forrados. ¿Quién va a hacerlo? ¿Tú? ¿Usted, perroflauta Iglesias? Yo tengo una responsabilidad mayor de la que puedas calibrar jamás. Tú lloras por la democracia y maldices a los marines populares. Tienes el lujo de no saber lo que yo sé. Que la caja B, aunque trágica, seguramente salvó vidas...". Y en este plan.

Otra cosa es que, como en la película, el coronel Aznar salga de la sala esposado, pues ya se sabe el fervor con el que nuestros jueces se cuidan de no disgustar a Ana Botella.

Aznar ha creado el nacionalcatolicismo poligonero. Con su arrogancia de voz metálico-satánica, parece un replicante exaltado de Franco, y esa es una actitud que los amantes del cine agradecemos mucho. Sobre todo si la peli se proyecta en la Audiencia Nacional, que es una alfombra roja que este señor debería de haber pisado más veces.

En el colmo de la perfección berlanguesca, Aznar debería aparecer en Goya escoltado por cuatro obispos de eternales capas y bajo palio, con los hisopos repartiendo gotas de vino español entre la concurrencia.

Cuento todo esto porque me malicio que estas comparecencias no van a pasar de lo folclórico, pues esta España atrasada y aun medio sepia en distintos estamentos jamás ofrecerá la imagen de un jefe de Estado o un presidente pagando por sus delitos. Desde los GAL de Felipe González, pasando por el despisteo comisionado de Juan Carlos I, y hasta el despelote delictivo del PP, todo debe permanecer en la impunidad. Otra cosa son los ladrones de gallinas, que dan una imagen deplorable ante la repeinada Europa. Esos sí que mancillan nuestra historia. Y, por supuesto, Venezuela.

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