El bulo dice más sobre quien se lo cree que sobre quien lo difunde. Lo sabía muy bien el nazi Joseph Goebbels, cuyas teorías de la comunicación siguen siendo el manual de ascenso de los fascismos que no se atreven a decir su nombre, de Bolsonaro a Trump, de Alternativa por Alemania a Vox.
Ahora los de Santiago Abascal, el rey de la mamandurria aguirreana, nos acaban de colgar un enorme cartel en Madrid con el lema Un mena: 4.700 euros al mes. Tu abuela: 426 euros de pensión/mes. El presunto menor no acompañado aparece representado como un terrorista, rostro oculto por un pañuelo, mirada torva y desviada. La presunta abuela, ojibaja y muy bien arregladita, es prototípica del barrio de Salamanca. Donde las abuelas votan a Vox, donde los ciudadanos pueden manifestarse sin comunicar a la delegación del Gobierno para gritar barbaridades, saltarse las restricciones pandémicas y recibir palmaditas amables de la policía.
Parece ser que la fiscalía madrileña anda investigando si este cartel contiene un mensaje de odio, de incitación a la violencia y al racismo. No confío yo mucho en que el castigo sea ejemplar. Abascal y Monasterio no son una tuitera contando chistes viejos sobre el asesinato del criminal fascista Carrero Blanco. Monasterio y Abascal no son dos raperos pasados de vueltas con nostalgia de los grapos. Malicio que nuestros fiscales van a actuar como muchos miembros de nuestra sociedad, como muchos medios de comunicación, como los pactistas miembros de PP y Ciudadanos: una pequeña colleja y a seguir normalizando el fascismo, que es deporte nacional de mucho arraigo entre nuestras clases pudientes.
Hace poco, hubo mucha polémica en este periódico por un artículo de mi querido David Torres en el que incluía esta desafortunada frase: "Decía Dostoievski que el ser humano se acostumbra a todo, a la cárcel, al oprobio, a la enfermedad, al fracaso, al éxito, incluso a la muerte, que es la costumbre definitiva. Los judíos del III Reich se acostumbraron a los campos de concentración, los disidentes soviéticos al gulag siberiano, los ciudadanos madrileños al PP, y así todo".
El propio autor disculpó su error con otra columna. Pero a mí, que conozco y admiro a Torres, que he disfrutado de su humanidad y su sensibilidad disfrazadas de boxeo y socarronería, aquel percance me dejó meditando un tiempo. Porque la alusión al holocausto, creo, era una expresión del miedo íntimo de David. De un miedo que comparto. Que estemos repitiendo aquella historia con la normalización de los fascismos ascendentes que están conquistando tantas democracias.
Yo, como David --y pido perdón de antemano-- también veo muchos Auschwitz a mi alrededor. Veo un Auschwitz cotidiano y asumido con normalidad en las pateras mediterráneas. Como lo veo desde siempre en la cruel represión al pueblo palestino. En las salvajes guerras africanas orquestadas desde occidente por codicia. En tantos sitios. Occidente ha llorado más por la muerte ficcional de Leonardo DiCaprio en Diamantes de sangre que por todos los muertos reales de aquella terrible guerra, organizada desde muy elegantes y democráticos despachos de nuestra feliz Europa.
Las formas del horror se van sutilizando, pero el horror sigue ahí, haciendo retroceder a las sociedades más avanzadas sin que nos demos cuenta. Ya no se utilizan paredones y cámaras de gas, que son poco posmodernos y fotogénicos. Se usan otras formas de exterminio, como esa muerte en vida que es la marginalidad económica, social, cultural y racial que alimenta Vox.
Muy posiblemente, el cartel que difama a los menores que llegan a España solo huyendo del hambre y la guerra sea retirado. Y algunos se atreverán a decir que supone un atentado contra la libertad de expresión. Y al día siguiente Santiago Abascal lo afirmará en un mitin y será sacado a hombros de Las Ventas por una cuadrilla de policías. No es Auschwitz, pero a Auschwitz se llegó normalizando mensajes como este.
Creo que fue Chamberlain, aquel político británico de quien Churchill decía que sabía hablar perfectamente siete idiomas, pero que era tonto en los siete, quien ante los desmanes de Hitler defendía la pasividad del resto de Europa alegando que "no iban sucumbir a las provocaciones". La anécdota es apócrifa, y seguramente falsa, como tantas que salpican la biografía del ingenioso lord del bombín. O quizá me la he inventado. O sacado de contexto. Pero está ben trovata. Ese no responder a las provocaciones derivó en el holocausto judío, la II Guerra Mundial, y en España nos dejó como herencia 40 años de fascismo. Y por eso me hago cómplice del error de mi cuate David Torres. Porque con sus palabras, por una vez desafortunadas, estaba respondiendo a la provocación. Que es lo que deberíamos hacer todos, por muchos ofendidos que nos afeen a nosotros lo que no le afean a Vox ni a los demás fascistas que se están merendando nuestros mundos de yupi.
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