O sea que nos dicen los sabios que Isabel Díaz Ayuso ha bajado de los cielos para frenar a nuestra ultraderecha franquista y ultramontana. Pues hoy voy a estar de acuerdo. Mientras en Francia la derecha tradicional ha tardado décadas en volver a sorpasar al neofascismo de los Le Pen, aquí la fórmula IDA demuestra una vez más que los españoles no andaremos a la cabeza en ciencias, en literatura, en filosofía, en economía social, en feminismo, en ecología... Pero en lo político no hay quien nos gane: el PP de Ayuso ha frenado a la ultraderecha haciéndose más de ultraderecha que ella. Es magia potagia, prodigio y encantamiento politológico (o como se diga).
Mónica García, lideresa opositora por Más Madrid en la Asamblea capitalina, lo decía cristalino en una entrevista a este periódico: "Monasterio tiene que dar la nota para existir porque Ayuso ya encarna las políticas de Vox".
Y es que la pobre Rocío Monasterio, que parecía al llegar a la política una niña del exorcista insuperable, se convierte en un gremlin seco al lado de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Nuestra derecha siempre ha tenido esa querencia por crear personajes extremos que contenten a la totalidad del respetable. En época del fascista Manuel Fraga (Alianza Popular), andaba por ahí Jorge Vestrynge, guapo, afrancesado y culto, ofreciendo la esperanza de que otra derecha era posible. Llegó José María Aznar y no necesitó dioscuros, pues es tan pretencioso que los dos papeles los interpretó él a la perfección: en su primera legislatura, dependiendo de vascos y catalanes, hablaba charnego en la intimidad y bailaba al ritmo del Movimiento de Liberación Nacional Vasco; una vez lograda la mayoría absoluta, compró medallas y honores a cambio de vidas humanas en Irak y Afganistán, y dedicó su tiempo libre a tensar los conflictos territoriales y culturales de aquí dentro.
Con Mariano Rajoy, esta dualidad de nuestra derecha se volvió modernuqui e incorporó contemporaneidades. Rajoy era el anciano prematuro conservador, temeroso, alcanforado y retratable por cualquier pintor del siglo XIX. Enfrente, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáez de Santamaría se convertían en los dos grandes cerebros que le ponían diazepán en los cafeses al presidente para gobernar ellas.
Ahora con Pablo Casado tenemos a Isabel Díaz Ayuso, que no tiene que presumir de másteres falsos en harvaravaca porque ella lo de los másteres se lo pasa por el forro.
Los que ridiculizan la inteligencia de IDA pecan de prepotentes. Es la única politóloga española que consiguió entender perfectamente qué era, de dónde venía y a dónde iba Vox. Y lo entendió tan bien que hasta consiguió mimetizarlo. Por eso hoy Rocío Monasterio, tan prometedora, tan fachichic y tan arquitecta, anda llorando lágrimas esvásticas por las esquinas.
Monasterio parece una chica perdida y desamparada, como un personaje de cualquiera de las maravillosas Brönte. Es imposible arrebatarle protagonismo mediático a un huracán tan desquiciado como el que nos exhala IDA cada vez que abre la boca. Vox se da cuenta de que corre peligro si Ayuso consigue arrebatarle a Pablo Casado el liderazgo del PP nacional. Porque Vox nació de la falta de ideas, del hooliganismo, de la desinformación y del rencor. Y ahora ha aparecido alguien incluso más falto de ideas, más hooligan, más desinformador y más rencoroso que les está comiendo la tostada. Que sí, oh lectores, que el PP, como la derecha francesa, igualito, está parando al fascismo.
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