Está nuestra derecha haciendo mucho cachondeíto periodístico con la rivalidad manifiesta entre la socialista Nadia Calviño y la podemita Yolanda Díaz. Y, como siempre que de mujeres se trata, un rancio tufillo a machismo sobrevuela el debate. En eso los españoles parecemos incorregibles: no me gusta que a los toros te lleves la minifalda. Y punto.
Incluso mi amiga Emilia Landaluce, el áspid más venenoso de nuestro parnaso conservador, escribía el otro día en El Mundo: "Yolanda Díaz y Nadia Calviño se comportan como las dos fierecillas que se zurran en bikini para deleite del patriarca". Y se inventa el término "zorroridad", eso sí, anticipándonos que no cree "que haya ningún componente machista en este asunto". Manda ovarios.
No se imagina uno a ningún periodista alemán sugiriendo disfrutes de Angela Merkel en una batalla de tangas mojados entre el socialdemócrata Olaf Scholz y el democristiano Armin Laschet para formar gobierno. Pero aquí le echamos cuatro tetas como cuatro carretas y ya tenemos solucionado el debate político, que es lo que menos nos importa.
El columnismo es el arte de indagar en los asuntos más trascendentes desde las perspectivas menos trascendentes y más frívolas, que son las que vive el pueblo. No esto de los tangas y los bikinis, porfa.
Los bikinis no son frívolos para nadie sexualmente sano desde que jubilamos a la pareja de Fernando Esteso y Andrés Pajares. Pero aquí seguimos babeando testosterona barata cada vez que vemos a una mujer en un puesto de responsabilidad o ligera de ropa, indistintamente.
El primer gran reportaje que publicó El Mundo sobre Yolanda Díaz se titulaba La elegancia imprevista de la ministra de Trabajo. De aquí a dejarla en bikini, solo media un artículo de Alfonso Ussía.
Compara Landaluce esta rivalidad entre Yolanda y Nadia con la mítica agarrada que protagonizaron Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal bajo la sombra sesteante de Mariano Rajoy. Y yo no creo que tengan nada que ver. La primera era una lucha entre dos estéticas de la derecha, y esta es una batalla entre las éticas de las dos izquierdas (aceptando nuevamente al PSOE y al pulpo como izquierda y animal de compañía, respectivamente o no).
Este frivolizar con peleas de tangas y bikinis mojados, además de ser machista, nos hurta uno de los debates más inquietantes y enriquecedores que estamos viviendo en estos principios del milenio, que no es otro que las redefiniciones de los viejos conservadurismos y liberalismos de siempre. Al fin y al cabo, hoy vivimos una alternancia de bloques que no deja de recordar, alcanfóricamente, a Cánovas y a Sagasta. Pero con elementos distorsionadores.
A Nadia Calviño le cuesta horrores parecer socialista y Yolanda Díaz no logra ser comunista sin interrupción, cual Baudelaire quería ser sublime sin interrupción. Y en medio está el PNV, necesario para la estabilidad del gobierno de izquierdas y derechizante desde su secular posición democristiana, garante de los privilegios de las oligarquías vascas. Véase Iberdrola, que ha parado con un solo calambrazo peneuvista la intención gubernamental de poner veto a los buitreos de las eléctricas. A ver qué pasa con la reforma laboral.
El caso es que nuestras dos izquierdas --la que no quiere serlo y la que no sabe serlo-- no tienen más remedio que entenderse, pues predicen sabiamente el hundimiento que supondría para los dos partidos no acabar la legislatura amigablemente. Y sin provocar muchas toses en las bancadas de ERC y PNV, que tosen mucho.
La izquierda y la derecha, españolas y globales, están metidas en una vorágine procelosa de falta de ideas que no se puede resumir en una batalla de tangas y bikinis mojados. Sería irresponsable, y la irresponsabilidad es frivolidad sin estilo. Y el estilo lo es todo, en arte y en política, como dijo no sé quién o nunca dijo nadie.
Comentarios
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