Rosas y espinas

Los irremediables tics fascistoides de las monarquías

Los miembros de la Familia Real británica, tras el ataud de la reina Isabel II, durante su traslado desde el Palacio de Buckingham hasta Westminster, en Londres. REUTERS/Victoria Jones/Pool
Los miembros de la Familia Real británica, tras el ataud de la reina Isabel II, durante su traslado desde el Palacio de Buckingham hasta Westminster, en Londres. REUTERS/Victoria Jones/Pool

Los periodistas británicos Christy Cooney y George Bowden han sacado un reportaje en BBC News sobre los arrestos que sufren manifestantes antimonárquicos durante las eternizantes exequias de Isabel II. El último suspiro de la reina dura tanto que ha generado hasta huracanes.

Una mujer de 45 años, Symon Hill, fue detenida en Oxford por preguntar "¿quién lo eligió?" al paso de las narices de Carlos III. Otro manifestante cometió el grave delito de enarbolar un cartel que decía No es mi rey frente al Parlamento londinense. Un chaval fue apresado "por quebrantar la paz" tras gritar ¡Pederasta! al paso del príncipe Andrés, aficionado a las orgías con menores y a quien la finada reina del sombrero financió la defensa y la multa de 14 millones de dólares tras un acuerdo extrajudicial para resolver la acusación de abusos sexuales a menores.

Según testimonios de algunos manifestantes, miembros de las fuerzas del orden justificaron sus acciones represivas señalando que "esas actitudes pueden ofender a otras personas". Todo muy acorde con la normalidad democrática que impera en nuestras viejas monarquías, sostenedoras irreprochables de la libertad de expresión.

Monarquía y democracia son términos axiomáticamente inconciliables. Ser procesado por cantar que los borbones son unos ladrones es más que una anomalía. Es una falta de respeto al conocimiento y a la Historia, pues de todos es sabido que lo fueron y lo son. Pero los demócratas no tenemos el derecho a sentirnos ofendiditos por estas decisiones judiciales ni por los pagafantas serviles que aclaman al demérito Juan Carlos en Sanxenxo, y menos al placer de ver cómo la policía los disuelve y arresta por exaltación de la delincuencia institucional.

Nuestro impoluto Felipe VI era el beneficiario de dos de las cuentas que su exiliado papá poseía en sendos paraísos fiscales. El Preparao, jefe del Estado y por tanto con uno de los mejores servicios secretos del mundo a su servicio (según presumimos), se enteró de que poseía esa fortuna por la prensa (británica y suiza, of course). En todo caso, por muy demostrado que esté, si no quieres acabar en el trullo no se te ocurra ponerlo en una pancarta al paso del futuro cortejo matrimonial de la princesa Leonor o en las exequias de nuestro Juancar, que al final se ha plantado el pino en la tripa él solo (el hallazgo literario es del borbón, no mío: "Lo que os gusta es matarme y ponerme un pino en la tripa todos los días", nos dijo a los plumillas en 2011, cuando todavía era ejemplar salvador de españolidades e imperiales patrias).

Volviendo a la pérfida Albión, tras las detenciones de pacíficos antimonárquicos y denunciadores de pederastas, la primera ministra, Liz Truss, ha mandado corriendo a su edecán a decirle a la prensa que "el derecho fundamental a la protesta sigue siendo la piedra angular de nuestra democracia". La hipocresía victoriana continúa demostrándose como una de las más bellas artes.

Aquí practicamos una hipocresía más goyescamente mamporrera. No hay que olvidar que nuestra monarquía nació de una brutal censura a la voluntad del pueblo. Lo reconoció off the record en 1995 Adolfo Suárez durante una entrevista con Victoria Prego en Antena3.

--¿[La aprobación de la Constitución en 1978] le otorga una legitimación a esta monarquía, al rey?

--Claro, y lo meto por una razón que no voy a contar. [Suárez intenta tapar el micro sin mucha fortuna]. Pues, simplemente, es que la mayor parte de los jefes de Estado y de Gobierno extranjeros me pidieron un referéndum sobre monarquía o república.

--Pero eso era peligrosísimo en ese momento.

--Había encuestas y perdíamos. Era Felipe González quien estaba pidiendo a los otros que lo pidieran. Entonces yo metí la palabra Rey y la palabra Monarquía en la Ley. Y así dije que se había sometido a referéndum ya [ver aquí].

El plan posterior siempre fue silenciar tanto en los medios como en la calle el republicanismo, tal cual está sucediendo en Gran Bretaña ahora. Durante la proclamación de Felipe, varias personas fueron detenidas por portar banderas republicanas. Se prohibió a los madrileños colgar la enseña en sus balcones para que la tricolor no se viera en las teles. Y Jorge Vestrynge se enfrentó a juicio, en el que le pedían tres años y medio de cárcel, por participar en una concentración republicana en la Puerta del Sol.

Lo cual que son las propias monarquías las que, con hechos, nos demuestran de cotidiano su carácter fascistoide, imperativo, represivo, autoritario, flagrantemente antidemocrático. Que no nos canten milongas ni bailen más minués sobre la tumba de nuestra libertad.

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