Rosas y espinas

Albert Rivera y Jordi Savall

Albert Rivera y Jordi Savall
A la izquierda, Albert Rivera. A la derecha, Jordi Savall. Ambas imágenes son de EFE.

Una de las grandes ventajas y desventajas que tiene el ser columnista es la de cometer el sacrilegio ateo, por ejemplo, de mezclar en este artículo los nombres de Jordi Savall y Albert Rivera. También lo hace el registro civil, que nos dice que ambos nacieron en Barcelona. Hasta ahí, todas las concordancias.

Jordi Savall es hoy mucho menos conocido que Albert Rivera, aunque el ayer y el mañana recordarán mucho más y mejor al músico que al político. Dadme tiempo.

Me entero por una entrevista deliciosa de Ana Ramírez en El Confidencial de que Savall aún tiene, a sus ochenta años, que vagar de despacho en despacho buscando cuatro duros para recuperar la música de uno de los grandes compositores españoles de todos los tiempos. "Yo me pasé tres años intentando buscar financiación para grabar una integral de Tomás Luis de Victoria y no lo conseguí. Desinterés total de Ávila, del Estado y de todo. Esta es la realidad".

Ay, Jordi. Si le hubieras pedido a esta España el mismo dinero para matar a un toro que para interpretar a De Victoria, te hubieras llevado la pasta de calle.

No lo digo en plan vacile. Savall, cuyo Tous les matins du monde vendió millones de copias (porque estaba promocionado desde Francia), tiene menos posibilidades de conseguir financiación en España para un proyecto cultural que Joselín de Ubrique. Y, por supuesto, que Albert Rivera. Otro torero.

Nos hemos enterado estos días de que Rivera ha sido despedido del bufete Martínez-Echevarría por no hacer nada. "Nos han sorprendido su inactividad, falta de implicación, interés y desconocimiento más elemental del funcionamiento de una empresa. No estamos habituados a discursos vacíos", dice el bufete en la nota con la que justifica el despido.

Por su parte, Albert Rivera, defensor del despido libre mientras ocupaba su escaño, pide a la empresa más de 300.000 euros de indemnización por patada improcedente.

Yo, que conste, en este asunto estoy de parte de Albert Rivera, pues un bufete que lo contrata y luego lo echa diciendo eso de que "no estamos habituados a discursos vacíos" es que no sabe ni contratar ni despedir, porque si algo vendió Rivera en su vida son discursos vacíos. Y no hacía falta ser abogado de un importante bufete como para darse cuenta.

Hace cinco o seis años, Savall rechazó el Premio Nacional de Música para mostrar su oposición a las políticas culturales del PP marianista de la época. Supongo que el gesto lo habría repetido ahora con este gobierno progre. Si en algo no ha cambiado nuestra identidad política es en el unánime desprecio a la cultura. "Creo que el problema fundamental es la ignorancia. Puede que sea muy duro, pero si España no ha sabido recuperar su patrimonio musical como sí lo han hecho otros países de Europa es porque no ha habido responsables de Cultura que hayan podido valorarlo. Esto es el punto crucial. La riqueza de un país no depende de la riqueza de su patrimonio; depende de la capacidad del país para valorarlo", dice Savall.

Y yo creo que ahí, también, está la clave del éxito de Albert Rivera y de tantos otros arribistas del pensamiento y la política. En la ignorancia. La misma ignorancia que estos días vindicaba Isabel Díaz Ayuso cuando se jactaba de no saber nada de la historia de España porque sus abuelos no se la habían contado. O Mariano Rajoy cuando se reía de no dedicar ni un solo euro a la memoria histórica. Cuando la memoria es la única sangre que corre por la venas de cualquier cultura.

En la época de Felipe González se hablaba de la cultura del pelotazo, y con razón. Ahora podemos hablar de la cultura del riverazo. O del tonicantonazo. Los tontos inútiles son después, por naturaleza, tontos útiles. Y los escuchamos. Pero moriremos sin saber cómo sonaban nuestros grandes músicos del renacimiento. Muera la cultura, viva la muerte (y va también por este gobierno).

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