Rosas y espinas

Yo callado ante Ana Rosa

La presentadora Ana Rosa Quintana, en el estreno de la docuserie 'Influencers: sobrevivir a las redes'. E.P./Jose Velasco
La presentadora Ana Rosa Quintana, en el estreno de la docuserie 'Influencers: sobrevivir a las redes'. E.P./Jose Velasco

Una de las cosas que más me ha dolido en esta vida (frivolizo) fue cuando mi madre, hace ya años, me mandó callar ante la imagen televisiva de Ana Rosa Quintana. No recuerdo qué barbaridad andaba divulgando ARQ aquel día. Quizá la participación de ETA en el 11-M o que José Luis Rodríguez Zapatero había pactado con el diablo una mínima subida del salario mínimo interprofesional y estábamos todos condenados a las llamas y al rechinar de dientes.

--¡Cállate, hijo! --me gritó mi madre--. Déjame escuchar a esta periodista.

Yo llevaba entonces más de veinte años de profesión. Sin ánimo de parecer petulante (que siempre lo parezco), había estado en sitios y había escrito cosas que Ana Rosa Quintana ni siquiera podría salivar. Pero la periodista a la que había que escuchar, en aquella conversación, era Ana Rosa Quintana. Difamaba y mentía --como sigue haciendo ahora--, pero salía en la tele. Yo, como salía menos en la tele, tenía que callarme ante las estúpidas mendacidades de Ana Rosa.

-- ¡Cállate, hijo! Déjame escuchar a esta periodista.

Informarse por Ana Rosa es como acordar una cena íntima con Hannibal Lecter en un restaurante vegano. Todo tiene que salir mal.

Ahora nos hemos enterado de que Ana Rosa tiene medio centenar de pisos turísticos en el centro de Madrid y de Sevilla. Por eso está en contra de regularlos, quizá. O quizá sea por razones más nobles, pues los destinos de estas grandes periodistas que no hacen periodismo ni han hecho ni harán nunca periodismo son inescrutables.

No vengo a decir aquí que un periodista, en el ejercicio honrado de su profesión, no pueda acumular 44 pisos turísticos. Pero estamos hablando de una dama que contrató al hermano pequeño de su exmarido para que le escribiera un libro. Todo salió mal cuando el hermano pequeño de Alfonso Rojo aceptó el encargo, y decidió copiar párrafos enteros de obras de Danielle Steel. Cuando se llevaban 100.000 ejemplares vendidos de Sabor a hiel, los mismos lectores denunciaron el plagio.

Esta historia nos cuenta dos verdades irrefutables: que los que se informan por Ana Rosa son los mismos que alimentan su sentimentalidad en los libros de Danielle Steel, y que Ana Rosa es tan parva que plagia libros de la escritora más famosa de novela rosa y del morbo barato.  Supongo que, con estos augures, el fin del mundo está a la vuelta de la esquina.

No conozco a ningún periodista honrado que tenga 44 pisos. Ser estúpido y plagiario, mentiroso y delincuente (no lo digo de AR, sino en general), es muy rentable. Aunque suene fuera de lugar, la comunidad de Madrid, el dinero de todos los madrileños, ha inyectado más de diez millones de euros a las productoras de Ana Rosa Quintana desde que Isabel Díaz Ayuso es presidenta.

El periodismo honrado no puede competir contra esta gente.

--¡Cállate, hijo! Déjame escuchar a esta periodista.

Si Isabel Díaz Ayuso me hubiera dado a mí 11 millones de euros, mi santa madre no se hubiera atrevido a gritarme eso. Si el consumidor de medios fuera un poco autocrítico y pensante, nunca hubiera osado calificar a Ana Rosa Quintana como periodista.

--¡Hijo, cállate!

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