Ruido de fondo

El 11 de diciembre de 1995

La frase de Churchill —cada pueblo tiene los gobernantes que se merece— es acertada, pero incompleta. ¿Sucede lo mismo con la oposición? ¿Tiene cada pueblo la que se merece? Aquí, por ejemplo, ¿nos merecemos la del PP? Y pienso en su propia gente, personas de buena voluntad que el 11 de diciembre de 1995, el día que ETA puso un coche bomba en Vallecas, sólo querían, como queríamos todos, el fin de la violencia.

Me pregunto cómo hubiésemos reaccionado si, por arte de birlibirloque, al día siguiente de aquella bestialidad una ETA al borde de la extinción hubiese dejado las armas, más preocupada por la foto-finish que por la independencia de Euskal Herria. ¡Y con su brazo político rechazando públicamente la violencia, llamando como corderitos a las puertas del sistema y acatando con mejor talante que otros demócratas que yo me sé la decisión de los tribunales!

El 12 de diciembre de 1995 no hubiésemos entrado en este delirante proceso de listas limpias o listas sucias, ni hubiésemos exigido sinceridad además de legalidad, ni habríamos entrado en alambicados razonamientos jurídicos. Aquel día lo único que queríamos era estar donde estamos hoy: a punto de acabar con la violencia para siempre.

El portazo a la legalización de Sortu y la bronca política de los últimos días alrededor de ETA solo puede explicarse con un Gobierno timorato y una oposición enferma que confunde, malvada, a ETA con el independentismo; que está más obsesionada con el ascenso de Rubalcaba que con el declive de la banda; y que, como otras muchas veces en nuestro pasado reciente, está dispuesta a volar el país con tal de que los libros de historia no digan que la violencia de ETA terminó durante la legislatura de Zapatero.

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