Ruido de fondo

¡Dotcom es tan inocente como Camps!

Yo fui un defensor de los derechos de autor en la literatura. Nunca me pareció injusto que los autores cobrasen. Y como nadie podía pagarles un sueldo, no vi mal que fueran los compradores de sus libros quienes les abonaran una pequeña cantidad por cada ejemplar. También defendí la persecución de las webs de descargas ilegales. Pensé que si la ley protegía todas las propiedades, ¿por qué iba a hacer una excepción con la propiedad intelectual?

Pero Los Internautas me han abierto los ojos. Por fin he comprendido que una cosa es la propiedad de bits y otra la propiedad de átomos. En la era internet no se puede proteger la primera como la segunda. Tú te puedes bajar una novela de Antonio Orejudo, pero no un latifundio de la duquesa de Alba. La facilidad técnica para la copia y el intercambio de archivos hace inútil la lucha contra la llamada piratería. Más bien deberíamos repensar los derechos de autor y adecuarlos a los nuevos tiempos.

Y no sólo los derechos de autor. Internet, que ha puesto patas arriba el viejo mundo, nos obliga a repensar también el concepto de privacidad, tan anticuado y burgués como los derechos de autor. ¿Qué es eso de que sólo tú puedas acceder a tu correo electrónico? La facilidad con la que hoy puede hackearse un ordenador hace inútil la protección de la privacidad. Si hoy me pillan a mí copiando tus números de cuenta, mañana será un colega el que entre en tu perfil de Facebook. En la era internet, todo dato grabado en un disco duro es por definición un dato público. Así que cuidadito con las fotos en pelotas que te hiciste con tu pareja el verano pasado. También son mías.

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