Ruido de fondo

La relación calidad-precio

La Guerra de la Independencia, aquello sí que fue un desastre. Con lo feliz que hubiese discurrido nuestra existencia si Napoleón nos hubiera anexionado y convertido en el sur de Francia. En fin, el daño ya está hecho y ahora tenemos que discutir aquí asuntos que se ventilaron en Europa hace 200 años: que si las corridas de toros, que si el aborto, que si la religión en la escuela... Me resulta insoportable nuestro tufo a queso de cabra, insufrible esta peste cateta a la que han contribuido los nacionalismos (el español y los demás) y el sacrosanto Estado de las Autonomías. Vaya chapuza que nos dejó Suárez. ¿Quién puede tomarse en serio una Administración que haya convertido a la provincia de Madrid en un pequeño Estado con himno, bandera y día de la Comunidad?

La teoría dice que la descentralización de las competencias permite una gestión más eficaz de los recursos y redunda en el bienestar de los ciudadanos. Porque de eso se trata, de que la gente viva lo más cómoda posible. El derecho inalienable de los pueblos al nosequé me parece mucho menos importante. Tener Estado propio está bien si mejora la vida de los que viven en él. Si no, es un gasto inútil que deberíamos ahorrarnos. No creo que la autonomía andaluza, la que me pilla más cerca, haya mejorado sustancialmente la vida de los ciudadanos. La vida ha mejorado, claro. ¿Pero no hubiera mejorado también sin los gastos que genera un Gobierno autónomo? La relación calidad-precio no me compensa, eso es lo que quiero decir. Y lo pensaba mientras me ponía en la piel de los conductores atrapados en Catalunya, de los ciudadanos sin transporte, de los que mientras escribo esto siguen viviendo sin luz.

 

 

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