Ruido de fondo

Yo prohibiría los implantes de tetas

En el sur, donde yo vivo, es frecuente ver a niñas con hiyab en la fila del cole. Muchas de ellas van luego a la universidad y les damos clase. A ellas y a las monjitas que de vez en cuando caen por allí. A ellas y a las erasmus francesas que vienen con sus velos en la cabeza. En mi universidad pensamos que no debe haber símbolos religiosos en los espacios públicos. Pero pensamos que esa norma sólo afecta a los espacios públicos, no a los ciudadanos que viven en ellos. En los colegios públicos, en los ministerios no debe haber crucifijos, pero los ciudadanos pueden tatuárselos en el bíceps. En la universidad las chicas gordas pueden incluso mostrar el elástico del tanga por encima de ese vaquero inverosímil que no sé cómo han logrado enfundarse. ¡Qué esclavitud para estas chicas seguir los dictados de la moda! Pero no. Ni siquiera en estos casos extremos les decimos cómo deben ir vestidas. No queremos liberarlas.Reconozco que a veces yo he tenido tentaciones de hacer lo mismo que ese claustro de profesores del colegio Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón. Confieso haber fantaseado con la idea de prohibir en el aula la ropa de marca. ¡Nada de zapatillas Nike en mi clase de literatura! ¡Terminantemente prohibido cambiar de móvil a mitad de curso! ¡A la universidad vais a venir en transporte público, nada de coches particulares! Alguien tiene que defender a estos chicos de la opresión a la que los someten las marcas de ropa, las compañías telefónicas y la industria automovilística. Pero no soy capaz de adoptar ese gesto de coraje que han tenido los compañeros de Pozuelo. Gracias a ellos el mundo es hoy más justo y las mujeres musulmanas —con Nawja a la cabeza— mucho más libres.

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