Ruido de fondo

Fuera de juego

Sí, me gusta el fútbol. Y especialmente los Mundiales y los Europeos. Desde que los equipos dejaron de formarse con los chicos del barrio, o por lo menos con los chicos de la ciudad o de los alrededores, soy incapaz de identificarme con ellos. Yo siempre he sido del Madrid, pero me resulta imposible sentir por los galácticos la misma empatía que sentí con la Quinta del Buitre. Por eso me gustan los torneos en los que participa la selección, porque siento que sus jugadores son mis semejantes. Así que he disfrutado mucho estos días, viendo los éxitos de Del Bosque (que cada día se parece más a Stefan Zweig), rematados con ese gol de Iniesta.

Pero eso no quita que me haya sentido incomodo con algunas adherencias del campeonato. La primera ha sido la utilización moralista de la selección, que ha servido a los curillas de las ondas para mostrarnos cómo la diversidad de procedencias no está reñida con la unidad de la patria y la felicidad de los hombres. En algún partido quité el sonido de la tele, porque me daban vergüenza ajena esas cursis homilías, entre patrióticas y monjiles, de los comentaristas. También me han parecido desmesurados algunos titulares de periódicos serios, el recibimiento al equipo y la posterior celebración. Es descorazonador que ninguna causa política pueda reunir a tanta gente como la bienvenida a la selección. Por favor, que es sólo fútbol.

Y una última cosa: ¿se ha hecho coincidir el fallo del Constitucional sobre el Estatuto catalán, la posterior manifestación en Barcelona y el debate sobre el estado de la nación con el Mundial y su resaca o son casualidades, imaginaciones mías, resabios de una mente conspirativa?

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