Palabra de artivista

La sutil mirada homofoba

La madre de una querida amiga ha estado enferma estos días. Bueno, en realidad le intervinieron a corazón abierto en un conocido hospital de Madrid. Por suerte la operación ha sido todo un éxito. Pero eso no es lo que ha atraído mi atención, por mucho que el hecho de que cualquier intervención funcione en esta arrasada sanidad pública madrileña sea milagroso. Lo que llamó poderosamente mi atención fue la anécdota que la estancia hospitalaria ha dejado tras de sí, una anécdota que mi amiga me contó maravillada sin ser consciente de la terrible homofobia que escondía su relato.

Me explico: aunque la familia de la matriarca es de muchos posibles, cuando estuvo ingresada en la UCI se vio obligada a compartir sala con otros pacientes. De entre todos los que mi amiga y sus hermanas veían de paso, uno llamó su atención especialmente. Se trataba de una mujer de edad, belleza o cutis indeterminados. Quiero decir que, como estaba vendada íntegramente de pies a cabeza, no era posible ver nada de la paciente en cuestión. No se sabe cuál había sido la causa de semejante momificación, pero lo que captó la atención de la familia de mi amiga tampoco fue la aparatosa cura de la paciente, sino sus visitas. En concreto la delicadeza, cariño y atenciones de su marido e hijos. Un grupo de rubios nórdicos que hablaban en una lengua indeterminada, con lo cual ninguno de sus vecinos entendía lo que estaban diciendo. Pero lo que sí sabían entender eran sus gestos. Aquella familia era un ejemplo de ternura, entereza y atenciones. Era evidente lo mucho que querían a la enferma y entre ellos.

La ejemplar convivencia era tal que mi amiga y sus hermanas, al igual que su convaleciente madre, parecían hipnotizadas por el amor que el grupo vecino se profesaba y la ternura que exudaban sus gestos, susurros y cariñosos besitos a la momificada madre. Cada día eran objeto de admirativos comentarios entre las hermanas que se preguntaban por qué la gente, los demás, incluso ellas no serían más como esa ejemplar familia.

Todo transcurrió con aquella almibarada curiosidad hasta que una enfermera dejó caer la bomba en los oídos de la matriarca operada a corazón abierto. Fue cuando la madre de mi amiga le volvió a comentar lo excepcionalmente cristiano (estamos hablando de una familia muy cercana al Opus Dei), exquisito y ejemplar que era el comportamiento entre los miembros de esa familia y hacia la convaleciente madre. Su mandíbula cayó hasta el suelo y a punto estuvieron de tener que ponerle unas cuantas válvulas más en el corazón cuando la enfermera le comentó, no sin cierta malicia, que la ejemplar, adorada y envidiada madre no era tal, sino un hombretón pareja sentimental de aquél visitante y padre de aquellos devotos y ejemplares hijos. ¡Era una familia homoparental!

Aquello desató un revuelo de comentarios, escándalos y estupores que, finalmente llegaron hasta mí. Mi amiga no veía el momento de contarme aquella increíble historia que debería, como menos, figurar en los libros de sociología. Todas las hermanas estaban de acuerdo en que aquello era una anécdota, una sorpresa y un suceso sin precedentes.

El entusiasmo cotillero de mi amiga enmudeció cuando me escuchó susurrar entre dientes un disgustado "qué pena de homofobia". "¿A qué te refieres?", me preguntó sorprendida mi amiga una vez hubo acabado su relato. Yo le intenté transmitir mi tristeza y enfado por la homofobia que escondía todo aquel suceso. Le hablé de la sutil mirada homófoba. La mirada que toda su familia y ella misma habían desplegado en toda aquella historia.

Mi amiga no cayó en un principio en qué podía tener de homófobo el sorprenderse de que la momificada presencia fuese gay. Tardó poco en comprender mi tristeza ante los prejuicios que aquella sorpresa de que "los homosexuales" fuésemos como cualquier otro grupo de seres humanos que se quieren en una situación de penurias.

Y ese es el problema de esta sociedad. Hasta que la homosexualidad no sea integrada en los colegios como asignatura transversal, los adultos de todo el mundos se seguirán maravillando de que dos personas homosexuales puedan amarse profundamente, comportarse con "normalidad", profesarse un afecto desinteresado que vaya más allá de la lujuria de un cuarto oscuro o el sexo anónimo y express... de que tengamos sentimientos, al fin.

Porque eso es lo que despertó el absoluto estupor de aquella familia vecina que observaba embelesada la interacción de la familia homoparental: ¡Si tienen sentimientos, ternura, afecto, amor! ¿Pero los homosexuales no lo son exclusivamente para follar como salvajes, como animales? ¿Pero son capaces de criar a unos hijos tan ejemplares como los que cada día, cada noche, pasaban su tiempo adorando a su convaleciente padre?

Pues sí, los homosexuales somos como cualquier otro ser humano. Cuando no se nos está amenazando con la pedrada o la difamación, claro.

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