Palabra de artivista

San Novuelvo y el cambio sumario

No me hables de cuando comíamos pajaritos fritos.

Todavía escucho sus huesos indignados.

Aún guardo duelo riguroso por su mortaja de tapa para el vermú.

Sin cristiana sepultura sus trinos, sus brincos, ese giro soberano de sus picos.

Nadie fue a encalar sus nidos de regadío para recalificarlos.

Nadie quiso pagar el responso pio, pio.

Por el paseo suben pipas, chufas y altramuces cuchicheando.

Otra vez llega tarde el miedo a su cita con lo correcto.

Una pandilla de rumores acapara los carricoches, comprando una y mil vueltas.

A la entrada del casino, un insulto se sube la enagua entre dos abnegaciones con tirachinas.

En la barra los hombres se ahogan en una alberca de aguas fecales de macho cabrío.

Al fondo, un aparte le vende a las mujeres velos nazaríes bordados en harén.

En la calle Ancha una decencia se aburre entre sombra y bochorno, abanicando sus nunca.

Paralizado ante un banco, un avemariapurísima finge no escuchar los gritos de su tutor.

Se ha enterado de que no quiere firmarle los poderes a su señor esposo.

En la cabina, un crimen pasional portada de El Caso llama a cobro revertido a una familia de celos.

Nadie quiere regar los anhelos de aquél patio y se marchitan sus quiero entre guiños olvidados.

Una calle sin pundonor se insinúa al aguador que tira de su mula cargada de ayeres.

Mientras, sus esquinas pretenden a emigrantes con cochazo que no caben por sus tarantos.

El empedrado, ofendido con esos vulgares neumáticos que un cemento ya ha pedido en matrimonio, canta habaneras descompasadas.

Cuatro exilios más allá, las celosías miran con desdén a los aluminios.

En la catequesis los zaguanes maldicen a los preciosos apartamentitos a estrenar.

Un regazo incinerado se amarra a un bolso lleno de pudieras.

Los farolillos del real se cimbrean al ritmo de los rencores callados.

Una obediencia y una novena bailan un pasodoble tarareando la letra.

Un vivaespaña le coge el bajo a un chaquetero para su puesta de largo.

La tómbola del disimulo cierra entre sirenas de olvido.

Todos saben que aquella tapia calla el paradero de los fusilados republicanos.

Risas, chasquidos y más risas esconden el miedo que todos le tienen a lo nuevo.

De repente los suspiros se ponen a llover y los quereres se empapan.

Un cacique echa a correr para refugiarse bajo un silencio comprometido.

Una bandada de asesinos levanta vuelo desde la copa de un chopo humillado y ofendido.

El pasado se echa una mañanita por los hombros para apaciguar el frio del alba.

Nadie ve al párroco salir sigiloso de la casa de un monaguillo bañado en impotencias.

Las primeras luces de la aurora pillan a la ignorancia dirigiéndose a maitines.

El odio, el rencor y la prepotencia acaban su partida de mus.

Suenan las campanas de la iglesia llamando a  hipocresía.

La pobreza cuchichea sus penitencias junto a un confesionario de madera de opresión.

Zigzag tras zigzag, la ignominia llega borracha a la puerta de su marido requeté.

Un desahucio tempranero sorprende a una familia de sueños que pide caridad sin recibirla.

Una pandilla de aljofainas se ríe de dos damajuanas que no saben ir en Vespa.

Un sereno le abre el portal a un reniegodestamierdadepueblo que le regala una estampita de San Novuelvo y una moneda de democracia que resulta ser falsa.

¡Y ahora me dicen que el cambio es en esa dirección!

San Novuelvo, San Novuelvo, que me quede como estoy.

 

San Novuelvo y el cambio sumario

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